Así, se planta a las diez de la mañana a la puerta de Miss LaFosse, que es la persona con la que tiene la entrevista de trabajo, hecha un manojo de nervios. Sin embargo, a partir de entonces nada sucede como Miss Pettigrew había planeado. Miss LaFosse resulta ser una tierna pero alocada artista con un ajetreado y glamouroso ritmo de vida, en el que la señorita Pettigrew resulta encajar sorprendentemente bien. Gracias a la sensatez y al pragmatismo de Miss Pettigrew, y al hecho de que ayuda a Miss LaFosse en diferentes circunstancias y casi sin ser consciente de ello, se convierte en su amiga y confidente mientras ella misma pasa poco a poco de ser invisible a brillar con protagonismo y a encontrar su propio final feliz.
Ah, este es uno de esos libros geniales. Empaticé enseguida con Miss Pettigrew, me metí en la historia y en los geniales diálogos y disfruté de verdad con esta versión de Cenicienta. Además, el final no deja todos los hilos atados, lo que me pareció totalmente acertado (del estilo de finales de novela que aprobaría Cassandra Mortmain, ¡ja!). En definitiva, un libro para incorporar a la biblioteca, para releer de vez en cuando y para recomendar a diestro y siniestro. El ejemplar que saqué de la biblioteca, por cierto, tiene la pegatina que lo incluye entre los libros de la compilación 1001 Books You Must Read Before You Die. ¿Hace falta decir más?
"She wanted to go where they were going to-night, with a pathetic, passionate eagerness. She wanted to visit a night club, to partake of its activities, to be at one with the gay world. Simply and honestly she faced and confessed her abandonment of all the principles that had guided her through life. In one short day, at the first wink of temptation, she had not just fallen, but positively tumbled, from grace. Her long years of virtue counted for nothing. She had never been tempted before. The fleshpots called: the music bewitched: dens of inquity charmed. She actually wanted to taste again the wonderful drink Tony had given her, which left one with such a sense of security and power. There was no excuse. She could not deny that this way of sin, condemned by parents and principles, was a great deal more pleasant that the lonely path of virtue, and her morals had not withstood the test."