31 de mayo de 2009

Creía que mi padre era Dios


Qué lástima que este blog no lo visite nadie, porque os vais a quedar sin leer este magnífico y creo que desconocido libro de Paul Auster. En realidad no lo ha escrito él, sino que es una recopilación de relatos que surgieron a raíz de un programa de radio en el que Auster participó. La única consigna era que se tratara de hechos reales y el resultado es un mosaico de coincidencias, sueños, anhelos, nostalgias, miedos y anécdotas por parte de gente de a pie. Nos podrían haber ocurrido a cualquiera.

Son muy breves: algunos tres páginas, otros apenas media. Muchos me han hecho soñar y alguno que otro me ha conmovido tanto que se me saltaron las lágrimas mientras lo leía. Mi preferido, sin duda, es «Mesa para dos», aunque también podría señalar «A orillas del mar», «Una tristeza común y corriente» o «Una Navidad en familia», relato que, por cierto, fotocopié hace muchos años y mandé a una amiga para felicitarle las fiestas. Ella también lloró mientras lo leía.

Algo que debo resaltar es la capacidad que tienen muchas personas para narrar la realidad. Muchas de esas historias no tendrían nada de interesante si no estuvieran tan bien contadas como lo están. Admiro a esas personas que en el día a día encuentran mil anécdotas. Como Bill Bryson, de quien tengo que hablar en alguna otra ocasión.

En fin, si alguien pasa por aquí y está dudando acerca de qué libro leer en este momento, mire usted, hágase con este.

10 de mayo de 2009

Las historias románticas de Francesc Miralles (ojo, spoiler)


Con este autor me ocurre algo curioso: me da la sensación de que las novelas románticas que escribe están hechas para mí (me gustan los temas que a priori plantea). Sin embargo, cuando acabo la novela en cuestión siempre me digo que no volveré a leer nada suyo.

Ya me había ocurrido en dos ocasiones: con amor en minúscula y con Barcelona blues. Y como ya digo que con este autor tengo una especie de relación amor-odio, la última vez que estuve en la librería Gong (que, por cierto, creo que es más barata que la Fnac y Abacus) me llevé Ojalá estuvieras aquí. «En fin –me dije ayer, cuando emprendí la lectura–, vamos a darle otra oportunidad.» Sin embargo, necesité unas pocas páginas para comprobar que es más de lo mismo.

Un chico con poca fortuna en el amor, pero inteligente y sensible (diseñado para que las lectoras se identifiquen con él y lo erijan en su hombre ideal) ve cómo pequeñas casualidades irrumpen en su día a día: todo parece apuntar a una enamorada anónima. Nada nuevo en las novelas de este corte de Miralles.

¿Problemas? El primero, Miralles parece producir libros como churros (unos siete u ocho en los últimos tres años, amén de otras colaboraciones). Últimamente tenía la sensación de toparme con un libro nuevo suyo cada vez que acudía a la librería. Y esas prisas a la hora de escribir se notan en el resultado: no profundiza apenas en los personajes, los diálogos son simplones, abundan los lugares comunes y las frases tópicas, el final es previsible...

El segundo problema tiene que ver con lo que digo de que no profundiza en los personajes: ya pasó en amor en minúscula y vuelve a ocurrir en Ojalá estuvieras aquí: al final el protagonista acaba con una chica de la que el lector apenas sabe el nombre y poco más, de manera que, al menos yo, me quedo preguntándome qué demonios ha visto en ella para enamorarse. Necesitamos más información, Francesc, personajes más densos, más desarrollados.

Otra cosa que tampoco me gusta es que plaga el libro de referencias para culturetas (mención a la película freak de un director de culto, un disco de jazz que se encuentra entre los clásicos...). Me parecen metidas con calzador, como para dar al libro un poco de chicha y animar al lector a proseguir.

Ah, y en ocasiones Miralles se pone tan cursi que me da vergüenza ajena. Por ejemplo, el mail en tono romanticón que le escribe a una completa desconocida, que, por lo que el personaje sabe, bien podría ser una niña de 14 años o una señora de 70. De todas formas, esa desconocida contesta a otro mail despidiéndose con un "Tuya amantísima". ¿De qué siglo ha salido este Miralles?

Bueno, lo dejo aquí. Y esta vez sí que me digo que es el último libro de Francesc Miralles que compro. Si al menos hubiera sido una edición de quiosco de cinco euros... Más de 15 me costó la perla.

La lluvia amarilla



Hay libros que parece que te llaman, que te buscan, que quieren llegar a ti. Eso me pasó con La lluvia amarilla, de Julio Llamazares. Llevaba un tiempo sin encontrar nada interesante para leer. Salvo Sanguinarius, todo lo demás habían sido lecturas monótonas; incluso había empezado a releer buenos libros de antaño. Sin embargo, sabía que más pronto que tarde caería en mis manos un libro que valiera la pena. Así, por dos caminos muy diferentes y en muy poco tiempo me llegaron buenas reseñas del libro de Llamazares: los últimos días de un hombre que se ha quedado solo, como último habitante, en un pueblecito del Pirineo oscense.

Teniendo en cuenta que buena parte de mi infancia y años mozos los he pasado en un pueblecito minúsculo de Huesca, sentía que tenía que leer este libro. Así pues, lo encontré, me lo traje a casa y el viernes, aprovechando que había pillado un tremendo resfriado y por tanto apenas tenía ganas de hacer nada, me enfrasqué en su lectura.

Al final del primer capítulo ya tenía los ojos arrasados. Llamazares domina la escritura como pocos y se siente particularmente cómodo en las descripciones: en tres párrafos ya crees estar en pleno Pirineo, rodeado de bosques, lluvia y soledad, compartiendo los recuerdos de Andrés de Casa Sosa, que con los años ha visto cómo todos los habitantes de su pueblo se han ido marchando, incluidos su hijo y después su mujer.

Este libro es absolutamente impresionante. No es muy largo, pero la lectura es densa y te sumerge por completo en el universo del protagonista. Por supuesto, lo recomiendo encarecidamente. A mí solo me queda incluirlo en mi lista de libros que hay que releer, pero en la próxima ocasión lo haré junto al fuego de nuestra casa, en el pueblecito oscense en el que crecí. Qué mejor marco.

6 de mayo de 2009

Dos rapiditos


Después de Sanguinarius emprendí con ilusión la lectura de una novela que llegó a mí de forma curiosa. Una cafetería de Barcelona organizó un evento para el día de Sant Jordi: los clientes traían un libro durante aquella semana y el Día del Libro recogían el que prefirieran de entre los que habían dejado los demás clientes allí. Uno de los que me llevé fue Acqua Alta, de Donna Leon. Novela policíaca (me gustan) y trama en apariencia interesante. Pero no. Debo reconocer que, si un libro no me gusta, no lo termino (o lo leo muy en diagonal). Sí, soy de esas... Creo que hay demasiados libros buenos en el mundo como para entretenerse en los que no nos gustan. Total, que la trama me pareció enrevesada y la narración no me enganchó en absoluto, así que me aburrí hacia la mitad y el resto lo leí en diagonal. Sin pena ni gloria.

A este siguió El lector, que me ha gustado pero quizá esperaba más. Me lo leí rápido y pensando en el siguiente que tenía en la mesilla: mala señal. En fin, plantea temas interesantes pero no me ha llegado especialmente. Qué le vamos a hacer.

Lo dejo, que hace diez minutos que no paro de bostezar.

Sanguinarius, finiquitado


¡Ah! ¡Qué poco tiempo de escribir he tenido estos días! Porque no, no sigo con Sanguinarius. Lo terminé en el Día del Libro, un poco con prisas porque ya tenía ganas de emprender la lectura de alguno de los otros libros que se apilan en la mesilla. De todas formas, Sanguinarius no se merece eso ni muchísimo menos, porque es un libro magnífico. He de decir que no todas las historias me han gustado, pero en general son todas destacables y la introducción que precede a cada una de ellas permite paladearlas aún más. Alguna incluso me ha recordado al «Miserere» de Bécquer, salvando las distancias. Además, he disfrutado del texto, magníficamente traducido y editado. No sé a quién agradecérselo, si al traductor o al equipo que le sigue de correctores y editores de mesa; probablemente es una tarea conjunta, así que, desde aquí, me quito el sombrero ante todos ellos.