29 de septiembre de 2013

Room

Todos hemos oído en los telediarios esas impactantes y tristes noticias que han aparecido en los últimos años acerca de una chica joven que es secuestrada por un aparente «vecino modelo» y retenida en un sótano durante años. Víctimas de abusos sexuales, algunas de estas jóvenes llegaron a tener hijos durante su cautiverio.

Pues bien, este libro narra una historia de ese tipo, pero con un punto de vista muy original: el de ese niño que ha crecido en una habitación y solo conoce el mundo «de fuera» por una televisión y por lo que le cuenta su madre. El relato que construye Emma Donoghue reproduce muy bien no solo cómo deben de ser las condiciones de vida en un sitio así (aunque estoy segura de que la realidad supera mil veces a esta ficción), sino el modo de hablar de un niño de cinco años. En varias partes del libro se hace un relato exhaustivo del día a día de Jack y de su mamá (de la que en ningún momento sabemos su nombre; en la versión inglesa es simplemente «Ma»): de cómo tienen que contar el número de cereales que se toman en el desayuno (sus provisiones son frugales), de los juegos que la mamá se inventa para que Jack no crezca atrofiado y ejercite no solo los músculos sino también la vista o la inteligencia, y de las mil cosas que hacen para pasar su día a día lo mejor posible y también para intentar lanzar alguna señal de su existencia al mundo exterior. Jack también nos da cuenta de las visitas que reciben algunas noches a las nueve en punto por parte de Old Nick, de quien tenemos pocos datos, pero son suficientes para saber su papel en la historia. Finalmente, la madre se da cuenta de que a la larga sus vidas corren peligro y trata de idear un plan para escapar de su celda. Lo malo es que, si fallan, podría costarles la vida a los dos, y eso aterra a la madre del pequeño Jack. ¿Lo conseguirán?

Esta historia me ha gustado muchísimo, en primer lugar por lo bien escrita que está, por cómo la autora ha logrado capturar ese pequeño universo de una madre y su hijo retenidos durante años en una pequeña habitación. En muchos momentos resulta enternecedora la inocencia de Jack y en otros, nos cuenta algunos hechos que él no entiende todavía pero que el lector sí puede adivinar con horror. Resulta conmovedor cómo la madre no ve en esa habitación más que una prisión y anhela recuperar su vida pasada, pero para Jack, nacido en el mismo suelo que pisa cada día, no se trata de una cárcel, sino de su hogar, el único hogar que conoce: este contrapunto está muy bien conseguido en la narración.

Sí que le pondría un pero a la historia: en algunas partes del libro se hace un poco pesado el relato pormenorizado que hace Jack de su día a día —sobre todo teniendo en cuenta su peculiar modo de expresarse—, y creo que el ritmo de la novela se mantiene mucho mejor en la primera parte que en la segunda, que no desvelaré pero que yo habría hecho mucho más corta. Pese a ello, recomiendo esta lectura sin ambages y otras personas ya me han comentado que les entusiasmó.

También lo tenéis disponible en español: el libro ya lo ha publicado Alfaguara (la traductora es Eugenia Vázquez Nacarino) y la verdad es que me gustaría echarle un vistazo para ver cómo ha capturado el particular lenguaje de Jack.

Un último apunte: a veces digo que, desde que soy mamá, hay temas que me tocan demasiado la fibra y leer sobre ellos me ha hecho pasar un mal rato (con otros libros, directamente no me he atrevido a abordar la lectura porque sé que no la disfrutaría). Pues bien, este libro es difícil, pero no me ha hecho sufrir como pensé que lo haría. Los que tengáis el mismo «problema» que yo os podéis quedar tranquilos, porque en este sentido la historia está contada con mucha sensibilidad (porque no se narra desde el punto de vista de una madre sufridora y aterrada, sino desde la inocencia de un niño pequeño a quien su terrible día a día le parece el más normal del mundo).



25 de septiembre de 2013

The beach (relectura)

Un chico británico de veintitantos años se toma un año sabático, se planta una mochila al hombro y se va a recorrer el sureste asiático por su cuenta, huyendo quizá de la insatisfacción que le produce la vida occidental. En Bangkok oye hablar de una playa secreta que se erige como el edén con el que todo joven sueña: una playa paradisíaca y fuera del circuito de los turistas, llena de gente guapa y fiestas junto al mar, cuya existencia debe ser ocultada con celo. Sin embargo, la playa no es el paraíso que cabía esperar, sino que se convierte en una jaula de oro que saca los peores instintos de todos sus habitantes. Según se acerca el final, la historia empieza a tomar unos tintes dignos de El señor de las moscas a medida que el edén se convierte en infierno.

Si tuviera que llevarme cinco libros a una isla desierta, este sería sin duda uno de ellos. Garland ha conseguido crear un balance buenísimo en su forma de narrar: la prosa es ágil y sencilla, pero está llena de reflexiones inteligentes que hacen de este libro algo excepcional. Garland hace avanzar la trama a un ritmo endiablado (la acción no decae ni un momento en sus cuatrocientas páginas), con frecuentes referencias a los videojuegos de Nintendo y a la guerra de Vietnam.

Además, la capacidad del autor para dibujar cada escena hace que nos las imaginemos perfectamente en la cabeza, y describe a todos los personajes de tal manera que parecen totalmente creíbles, como también sus reacciones y sus diálogos. Cuando al final la utopía se desmonta, también parece ese el único final posible de una vida que se sustentaba en un tópico que había resultado no ser más que una quimera.

Cualquier reseña que haga yo va a ser totalmente parcial porque adoro esta novela, pero aquí he encontrado un análisis muy interesante por parte de un licenciado en Filosofía en el que subraya los temas principales que se tocan en el libro (bueno, el autor se basó en la película que protagonizó DiCaprio). En este análisis se detalla con lucidez todo el trasfondo que sustenta esta historia:

La desmitificación del paraíso (análisis de La playa por Francisco Rosa Novalbos).

20 de septiembre de 2013

Room (cita)

"He looks human, but there's nothing inside."
I'm confused. "Like a robot?"
"Worse."
"One time there was this robot on Bob the Builder—"
Ma butts in. "You know your heart, Jack?"
"Bam bam." I show her on my chest.
"No, but your feeling bit, where you're sad or scared or laughing or stuff?"
That's lower down, I think it's in my tummy.
"Well, he hasn't got one."
"A tummy?"
"A feeling bit," says Ma.
I'm looking at my tummy. "What does he have instead?"
She shrugs. "Just a gap."

Emma Donoghue, Room

13 de septiembre de 2013

Cinco mujeres y media

Francisco González Ledesma no es ningún advenedizo. Al contrario, a sus 87 años cuenta con una gran trayectoria a sus espaldas como autor de novela policiaca. Nacido en el barrio barcelonés de Poble Sec, ya con cinco años contaba historias a cambio de la merienda en el patio del colegio de Zaragoza donde estudiaba. Fue un novelista precoz, y ganó oficio desde bien joven escribiendo novelas del Oeste —al ritmo de una por semana, y llegó a escribir trescientas— con el conocido seudónimo de Silver Kane, lo que le permitió costearse la carrera de Derecho.

En 1948, con solo 21 años, obtuvo el Premio Internacional de Novela con su Sombras viejas, pero la censura franquista prohibió su publicación. Ello lo sumió en el silencio como novelista y le llevó a dedicarse primero a la abogacía y después al periodismo (fue redactor jefe de La Vanguardia, donde trabajó durante 25 años), profesiones que le proporcionaron un buen conocimiento de la ciudad de Barcelona y de la sociedad que en ella habita.

En Expediente Barcelona, novela publicada en 1983, es donde el autor presenta a su conocido inspector Ricardo Méndez, que ha protagonizado 11 novelas y que le hizo ganar el Premio Planeta en 1984 con Crónica sentimental en rojo. La novela que reseño hoy se llama Cinco mujeres y media y también cuenta con el inspector Méndez de protagonista. 

En un barrio pobre de Barcelona, en torno al mercado de San Antonio, seguimos la pista a varias mujeres que tienen la desgracia y la pobreza como denominador común; el punto de partida es la violación y asesinato de una muchacha del barrio por parte de tres individuos. Al inspector Méndez no se le asigna la investigación —sus jefes procuran mantenerlo apartado de los casos de relevancia—, pero él empieza a trabajar por su cuenta en el caso atraído por la indefensión de la madre y de la hermana gemela de la víctima. A Méndez se le dan bien esos casos que requieren husmear por el barrio, preguntar a los vecinos, hacer solitarias guardias infinitas y detectar súbitamente la presencia de asesinos que hace años que se esfumaron de las calles del barrio. Así, Ledesma construye una trama que avanza imparable y que engancha hasta llegar a un final con giro imprevisto incluido.

Las novelas de Ledesma tienen un tremendo tinte de realidad (desde luego, se notan sus tablas como abogado y periodista que ejerció en la ciudad): la lectura resulta estremecedora precisamente porque sabemos que lo que cuenta puede haber ocurrido perfectamente. Esta novela, en concreto, incide mucho en la indefensión de las víctimas más desfavorecidas frente a los vericuetos de la justicia, que parece incapaz de mantener entre rejas a los «malos» de la novela más de dos semanas seguidas.

Por este motivo, porque se adivina la cruda realidad tras la prosa desnuda, dura y descarnada de Ledesma, las dos novelas que he leído de él me han resultado lecturas difíciles. Sin embargo, al terminar me quedo con la buena sensación de haber leído una novela redonda, escrita magistralmente por un autor con muchas tablas, y ya sabéis que ese es uno de los puntos que más valoro de una novela: que esté bien escrita. Y las novelas de González Ledesma puntúan altísimo en este sentido.

Hablando de todo un poco, os cuento un dato del que me he enterado leyendo sobre Ledesma para esta novela: es el padre de Enric Gonzàlez, magnífico periodista y mejor escritor (si no lo conocéis os recomiendo encarecidamente, por ejemplo, sus Historias de Londres).

Para terminar (y para ver si os pica la curiosidad y os animáis a leer este libro), copio la descripción del inspector Méndez que se hace en un pasaje de esta novela:  


Vamos, señores alumnos de criminología, pasen y vean la mesa de trabajo de Méndez. Entren en la nueva comisaría de la calle Nueva, que antes fue una comisaría vieja en la calle más vieja del barrio chino de las leyendas, pero ahora no crean en ellas ni recen por las putas que murieron soñando que al fin las querría de verdad un hombre. Bastante hacemos con dejarlos entrar, de modo que no molesten con demasiadas preguntas. Esta es la mesa de Méndez, siempre llena de papeles que no sirven para nada, pero en los que él dice que está el alma de la ciudad, de modo que vayan ustedes a encontrarla, y si la encuentran, díganme para qué sirve. Méndez tiene no se sabe ya cuántos años, de modo que, siendo muy joven, tuvo tiempo de ser policía franquista, pero siempre que lo mandaban detener a un rojo resultaba que luego le llevaba libros a la cárcel, le compraba el periódico y le hacía de correo para llevarle cartas a su mujer, de modo que la superioridad franquista perdió la confianza en él. Y la superioridad democrática, o sea, la real superioridad, nunca le devolvió esa confianza, porque Méndez juega a las cartas con los pequeños delincuentes del barrio, y en vez de detenerlos les pide que se busquen un trabajo y dejen de joder. Así no hay quien pueda. Cierto que no perdona a los violadores ni a los corruptores de niños ni a los pistoleros a la brava, y que más de una vez se le ha escapado un ostión antirreglamentario, por el cual ha habido que incoarle expediente, pero ya me dirán ustedes, señores alumnos, si casos tan importantes, como los de los atracadores, se le van a encargar a él, que siempre trabaja solo y además pide consejo a las mujeres de la calle. ¿El cuartito de los servicios? Es decir, ¿el urinario? Miren, está en aquella puerta, precisamente muy cerca de la mesa de Méndez, porque en algún sitio había que poner su mesa, ¿no? ¿Y qué hace ahora Méndez, si no le han asignado ningún caso? Pues justo está dándole la lata al comisario, como hace siempre, sin tener en cuenta que el comisario está cargado de trabajo, come a deshora, va mal chingado y siempre está de mala hostia, o sea, que no es como los que salen en la tele. Sí, amigos, Méndez es aquel tipo que lleva los bolsillos llenos de libros, aunque a veces se le olvida la pistola.