20 de marzo de 2017

Martes con mi viejo profesor (Mitch Albom)

En algún momento de nuestras vidas, todos hemos tenido cerca a una persona en quien confiábamos especialmente por sus consejos lúcidos, su apoyo incondicional o la orientación que quizá nos brindó en un momento en el que estábamos especialmente perdidos (como la adolescencia y la juventud).

Todo eso lo encontró el autor de este libro en la figura de Morrie Schwartz, que fue su profesor en la universidad. Morrie era una persona tremendamente positiva, vital, que abrazaba la vida y contagiaba esa vitalidad a todos los que lo conocían. Ambos establecieron un fuerte vínculo que, sin embargo, se fue diluyendo cuando Mitch dejó la universidad y emprendió una exitosa carrera laboral como redactor deportivo que apenas le dejaba tiempo para pensar en nada.

Los años pasaron; Morrie ha enfermado de ELA y sabe que su esperanza de vida no va a ser larga. Mitch retoma el contacto con el que fue su profesor y, en honor a los viejos tiempos, deciden reunirse una vez a la semana, los martes (como hacían en la universidad); estos encuentros al principio relajados se convierten en reuniones ineludibles en las que hablan de uno de los temas más recurrentes de la literatura: lo importante es el amor, rodéate de él en la medida en que te sea posible, y aléjate de las bondades del dinero y los negocios.

Con el consentimiento de Morrie, Mitch decide reunir todas sus enseñanzas en un librito, que se convertiría en este aclamado superventas (no lo he aclarado antes, pero el libro está basado en hechos reales).

No es este el tipo de libro que me apetecía leer, pero me lo ofreció una madre a las puertas del colegio y me dije que por qué no probar (al fin y al cabo, su fama le precede). Y quizá fue eso, que no me apetecía ahora mismo esta lectura, pero debo decir que ni me gustó ni me marcó especialmente. La verdad es que tiene un tonillo de autoayuda bastante barato para mi gusto: no cuenta nada nuevo y, lo que cuenta, está escrito de una forma demasiado simple. Además va dando lecciones de sabiduría que hay que digerir sin más; ningún personaje se ve transformado a lo largo del proceso. Hay libros como Come, reza, ama que también son considerados de autoayuda pero a mí me gustaron muchísimo más porque ofrecen un desarrollo de la historia más elaborado: no hace falta sermonear, sino que basta con ver la evolución de la autora a lo largo del libro. Por otra parte, el autor, Mitch, no acabó de caerme del todo bien: parece que él es la persona a quien Morrie más ha echado de menos de todas las que ha conocido en su vida y llega a decirle que es el hijo que nunca tuvo, cuando en realidad Mitch no parece tener ninguna cualidad demasiado positiva. Mitch Albom podría haberse limitado a escribir la biografía de Morrie, pero no, se aseguró de que él mismo tenía un papel prominente en la historia...

Lo recomendaría a personas que disfrutan de libros sencillos, breves, que tocan la fibra sensible sin tratar de complicar demasiado al lector. A quien busque algo más en un libro de superación personal le recomendaría sin duda Come, reza, ama, de Elizabeth Gilbert (aunque este tiene también una cantidad importante de detractores) y Salvaje, de Cheryl Strayed. Los dos están reseñados en el blog si os interesan.

18 de marzo de 2017

Horns (Joe Hill)

Una se entera de que el hijo de Stephen King también está cosechando éxito en su carrera como escritor y, claro, le falta tiempo para ir a la librería. Y aquel día en Waterstones no solo encontré varios libros de Joe Hill, sino que uno de ellos ¡estaba firmado por el autor! Tengo que repetir el dato: el libro que al final me compré ha estado entre las manos del hijo de Stephen King. Me pareció insuperable.

Y pasado el momento fan, vamos a la reseña. La novela empieza sin rodeos: Ig se levanta una mañana con una tremenda resaca (tras pasar una mala noche en el aniversario del asesinato de su novia), y descubre que le han salido unos prominentes cuernos. Durante esta primera parte del libro Ig se dedica a comprobar qué otras cosas han cambiado en su día a día, pues los cuernos provocan un intenso efecto involuntario en las personas con las que se encuentra.

Después de un inicio a un ritmo frenético, la trama se ralentiza en la segunda parte cuando se nos cuenta la historia de amor de Ig y Merrin. Pero no hay que bajar la guardia: estas páginas pueden ser un poco lentas (aunque a mí me encantaron), pero se van dando datos que nos ayudarán a entender lo que viene después.

La tercera parte vuelve a adquirir un ritmo trepidante con la descripción de la noche del asesinato de Maggie. La cuarta parte se ve desde la perspectiva del malo del libro, que está muy bien caracterizado. La quinta parte, donde la verdad sale a la luz y todo se resuelve, tiene partes que me gustaron mucho (aunque la escena cumbre recuerdo que no me pareció del todo satisfactoria) y otras que me dejaron perpleja (aún estoy intentando adivinar el significado de la casa del árbol).

Hasta ahí la trama. En cuanto al estilo de Hill, yo la verdad es que he visto muchísimos rasgos en común con su padre. La primera parte en concreto me pareció que tenía muchas similitudes con mi libro favorito de King, La tienda, en especial las reacciones de los clientes cuando entraban en el negocio de Leland Gaunt. Aparte de ese aspecto concreto, también la forma de narrar me recuerda mucho a su padre, algo que para mí es totalmente positivo. Quizá sí esperaba que la escritura de Hill buscara deliberadamente no parecerse en nada a la de su progenitor, por aquello de evitar las odiosas comparaciones, pero supongo que escribir en la misma línea y con los mismos recursos es algo natural.

[Ojo, a partir de aquí hay spoilers.]

Me encantan los escritores que caracterizan bien a sus personajes y las relaciones entre ellos, y Joe Hill lo hace a la perfección: Ig, Merrin y Lee cobran vida ante nuestros ojos y sus vivencias se antojan de lo más natural. Un punto que me pareció muy interesante y bien narrado es el momento en que Merrin decide dejar a Ig; ambos habían empezado la relación muy jóvenes y llega un punto en el que Merrin necesita ver qué hay más allá, estar con otras personas, descubrir más mundo. Me pareció algo totalmente real, natural, creíble. Por eso fue un poco shock leer en las páginas finales un giro de la trama al más puro estilo Rebecca, que para mí hubiera sido preferible que no se hubiera producido.

Cuando emprendí esta lectura creo que, inconscientemente, buscaba un estilo de escritura que se pareciera un poco al de Stephen King, que me permitiera relacionarlos a ambos e imaginarme qué consejos le estaba dando el padre al hijo. En ese sentido disfruté mucho el libro. Si os gusta mínimamente Stephen King, probad con Joe Hill. No os defraudará. Además creo que este autor hubiera triunfado también de no ser hijo de quien es (de hecho, hasta que no alcanzó un cierto éxito con sus novelas y relatos, Hill no reveló su verdadera identidad). En definitiva, se trata de un autor con ideas novedosas, que sabe construir personajes y crear tramas interesantes, alternando momentos trepidantes con otros más reflexivos y salpicando el libro de profundidad y reflexiones interesantes (¡aunque el final es quizá demasiado rebuscado para mi gusto!).


“Remember the day in the tree house?” he asked. “The tree house we could never find again, the place with the white curtains? You said this doesn’t happen to ordinary couples. You said we were different. You said the love we had was marked out as special, that no two people out of a million were ever given anything like we were given. You said we were meant for each other. You said there was no ignoring the signs.”
“It wasn’t a sign. It was just an afternoon lay in someone’s tree house.”
Ig shook his head slowly from side to side. Talking to her now was like flailing his hands at a storm of hornets. It did nothing, and it stung, and yet he couldn’t stop himself.
“Don’t you remember we looked for it? We looked all summer, and we could never find it again? And you said it was a tree house of the mind?”
“That’s what I said so we could stop looking for it. This is exactly what I’m talking about, Ig. You and your magical thinking. A fuck can’t just be a fuck. It always has to be a transcendent experience, life-changing. It’s depressing and weird, and I’m tired of acting like it’s normal. Will you listen to yourself? Why the fuck are we even talking about a tree house?”
“I’m getting sick of your mouth,” Ig said.
“You don’t like it? You don’t like to hear me talk about fucking? Why, Ig? Does it mess with your picture of me? You don’t want a real person. You want a holy vision you can beat off to.”
The waitress said, “I guess you still haven’t made up your minds.” Standing beside their table again.
“Two more,” Ig said, and she went away.
They stared at each other. Ig was gripping the table and felt dangerously close to turning it over.
“We were kids when we met,” she said. “We let it get a lot more serious than any high-school relationship should’ve been. If we spend some time with other people, it will put our relationship in perspective. Maybe we pick it up again later and see if we can love each other as adults the way we did as kids. I don’t know. After some time has gone by, maybe we can take another look at what we have to offer each other.”
“‘At what we have to offer each other’?” Ig said. “You sound like a loan officer.”
She was rubbing her throat with one hand, her eyes miserable now, which was when Ig noticed she wasn’t wearing her cross. He wondered if there was meaning in that. The cross had been like an engagement ring, long before either of them had ever discussed the idea of staying together their whole lives. He honestly could not remember ever seeing her without it-a thought that filled his chest with a sick, drafty sensation.
“So do you have someone picked out?” Ig asked. “Someone you want to fuck in the name of putting our relationship in perspective?”
“I’m not thinking about it that way. I’m just-”
“Yes you are. That’s what this is all about, you said so yourself. We need to fuck other people.”



Daniel Radcliffe caracterizado como Ig en la película Horns, basada en el libro de Joe Hill.