13 de septiembre de 2013

Cinco mujeres y media

Francisco González Ledesma no es ningún advenedizo. Al contrario, a sus 87 años cuenta con una gran trayectoria a sus espaldas como autor de novela policiaca. Nacido en el barrio barcelonés de Poble Sec, ya con cinco años contaba historias a cambio de la merienda en el patio del colegio de Zaragoza donde estudiaba. Fue un novelista precoz, y ganó oficio desde bien joven escribiendo novelas del Oeste —al ritmo de una por semana, y llegó a escribir trescientas— con el conocido seudónimo de Silver Kane, lo que le permitió costearse la carrera de Derecho.

En 1948, con solo 21 años, obtuvo el Premio Internacional de Novela con su Sombras viejas, pero la censura franquista prohibió su publicación. Ello lo sumió en el silencio como novelista y le llevó a dedicarse primero a la abogacía y después al periodismo (fue redactor jefe de La Vanguardia, donde trabajó durante 25 años), profesiones que le proporcionaron un buen conocimiento de la ciudad de Barcelona y de la sociedad que en ella habita.

En Expediente Barcelona, novela publicada en 1983, es donde el autor presenta a su conocido inspector Ricardo Méndez, que ha protagonizado 11 novelas y que le hizo ganar el Premio Planeta en 1984 con Crónica sentimental en rojo. La novela que reseño hoy se llama Cinco mujeres y media y también cuenta con el inspector Méndez de protagonista. 

En un barrio pobre de Barcelona, en torno al mercado de San Antonio, seguimos la pista a varias mujeres que tienen la desgracia y la pobreza como denominador común; el punto de partida es la violación y asesinato de una muchacha del barrio por parte de tres individuos. Al inspector Méndez no se le asigna la investigación —sus jefes procuran mantenerlo apartado de los casos de relevancia—, pero él empieza a trabajar por su cuenta en el caso atraído por la indefensión de la madre y de la hermana gemela de la víctima. A Méndez se le dan bien esos casos que requieren husmear por el barrio, preguntar a los vecinos, hacer solitarias guardias infinitas y detectar súbitamente la presencia de asesinos que hace años que se esfumaron de las calles del barrio. Así, Ledesma construye una trama que avanza imparable y que engancha hasta llegar a un final con giro imprevisto incluido.

Las novelas de Ledesma tienen un tremendo tinte de realidad (desde luego, se notan sus tablas como abogado y periodista que ejerció en la ciudad): la lectura resulta estremecedora precisamente porque sabemos que lo que cuenta puede haber ocurrido perfectamente. Esta novela, en concreto, incide mucho en la indefensión de las víctimas más desfavorecidas frente a los vericuetos de la justicia, que parece incapaz de mantener entre rejas a los «malos» de la novela más de dos semanas seguidas.

Por este motivo, porque se adivina la cruda realidad tras la prosa desnuda, dura y descarnada de Ledesma, las dos novelas que he leído de él me han resultado lecturas difíciles. Sin embargo, al terminar me quedo con la buena sensación de haber leído una novela redonda, escrita magistralmente por un autor con muchas tablas, y ya sabéis que ese es uno de los puntos que más valoro de una novela: que esté bien escrita. Y las novelas de González Ledesma puntúan altísimo en este sentido.

Hablando de todo un poco, os cuento un dato del que me he enterado leyendo sobre Ledesma para esta novela: es el padre de Enric Gonzàlez, magnífico periodista y mejor escritor (si no lo conocéis os recomiendo encarecidamente, por ejemplo, sus Historias de Londres).

Para terminar (y para ver si os pica la curiosidad y os animáis a leer este libro), copio la descripción del inspector Méndez que se hace en un pasaje de esta novela:  


Vamos, señores alumnos de criminología, pasen y vean la mesa de trabajo de Méndez. Entren en la nueva comisaría de la calle Nueva, que antes fue una comisaría vieja en la calle más vieja del barrio chino de las leyendas, pero ahora no crean en ellas ni recen por las putas que murieron soñando que al fin las querría de verdad un hombre. Bastante hacemos con dejarlos entrar, de modo que no molesten con demasiadas preguntas. Esta es la mesa de Méndez, siempre llena de papeles que no sirven para nada, pero en los que él dice que está el alma de la ciudad, de modo que vayan ustedes a encontrarla, y si la encuentran, díganme para qué sirve. Méndez tiene no se sabe ya cuántos años, de modo que, siendo muy joven, tuvo tiempo de ser policía franquista, pero siempre que lo mandaban detener a un rojo resultaba que luego le llevaba libros a la cárcel, le compraba el periódico y le hacía de correo para llevarle cartas a su mujer, de modo que la superioridad franquista perdió la confianza en él. Y la superioridad democrática, o sea, la real superioridad, nunca le devolvió esa confianza, porque Méndez juega a las cartas con los pequeños delincuentes del barrio, y en vez de detenerlos les pide que se busquen un trabajo y dejen de joder. Así no hay quien pueda. Cierto que no perdona a los violadores ni a los corruptores de niños ni a los pistoleros a la brava, y que más de una vez se le ha escapado un ostión antirreglamentario, por el cual ha habido que incoarle expediente, pero ya me dirán ustedes, señores alumnos, si casos tan importantes, como los de los atracadores, se le van a encargar a él, que siempre trabaja solo y además pide consejo a las mujeres de la calle. ¿El cuartito de los servicios? Es decir, ¿el urinario? Miren, está en aquella puerta, precisamente muy cerca de la mesa de Méndez, porque en algún sitio había que poner su mesa, ¿no? ¿Y qué hace ahora Méndez, si no le han asignado ningún caso? Pues justo está dándole la lata al comisario, como hace siempre, sin tener en cuenta que el comisario está cargado de trabajo, come a deshora, va mal chingado y siempre está de mala hostia, o sea, que no es como los que salen en la tele. Sí, amigos, Méndez es aquel tipo que lleva los bolsillos llenos de libros, aunque a veces se le olvida la pistola.

2 comentarios:

  1. Ahora comprendo porque has introducido en esta reseña la biografía del autor, que carrerazo.

    Por el motivo que cuentas prefiero el terror a la novela negra (Y no digo que no me guste la novela negra), los zombis y los vampiros no existen, pero unos asesinos que pueden salir impune en innumerables ocasiones si que me parece creíble y me da miedo y rabia.

    Una estupenda reseña.

    Que pases un buen domingo.

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  2. Qué interesante reflexión: es verdad que leer sobre vampiros o zombis permite evadirte más y no deja esa sensación de impotencia al final, que es lo que suele ocurrir con algunas novelas negras como esta... A ver si cambio de género, que llevo semanas encadenando lecturas policiacas.

    ¡Gracias por pasarte!

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