Un hombre acude a una red de contactos por internet en busca de amor, cariño o quizá un simple revolcón. Conoce a una docena de mujeres y, al poco, se siente amenazado (y mucho) por una de ellas.
En paralelo, dos pelagatos con mala fama acosan a una anciana. El objetivo no es otro que sacarla de su piso, pues una inmobiliaria tiene grandes planes para el edificio en el que vive.
Atila, por supuesto, es el detective al que el hombre y la anciana recurren para solucionarles la papeleta.
Y, como secundarios, un cartel inigualable: sicarios venidos directamente de Colombia; un excombatiente de las FARC solitario y triste, pero leal hasta la muerte; Maruchi la Desdentá, una madame que se las arregla para ser las orejas que todo lo escuchan en Barcelona; una mujer enamorada que se disputa a su hombre con una botella a ritmo de blues; un engominado director de inmobiliaria; las Adoradoras del Ballenato, un grupo de ecuatorianas apasionadas de las telenovelas cuyo punto de encuentro es el locutorio y donde se reúnen para contar chismes y comer pastelillos; ah, y el «personaje» estelar, para mí, es La Bóbila, la biblioteca de Hospitalet de Llobregat especializada en el género negro, que también desfila entre las páginas de esta magnífica novela, así como su director Jordi Canal, el de verdad, que sale como un personaje más. Los diálogos entre Atila y el director de la biblioteca me han parecido geniales.
Estoy descubriendo que es un gustazo leer a Maluenda y su prosa cruda, descarnada, honesta, y también un punto gamberra, con una acertadísima crítica social de la Barcelona de hoy. Maluenda se mueve como pez en el agua a la hora de describir a los personajes que pululan por los bajos fondos de la ciudad. Solo puedo decir que, junto con Carlos Sisí, ha sido uno de los grandes descubrimientos de los últimos meses, y que ya estoy deseando leer el siguiente libro suyo que tengo en la mesilla (La fiesta). Y ahora que ya adoro a Atila, tengo ganas de conocer al otro detective que ha creado este autor –Basilio Céspedes, Humphrey–, que tiene que ser tremendo también.
En definitiva, para los amantes del género negro, Luis Gutiérrez Maluenda es una apuesta segura. También gustará a quienes estén familiarizados con Barcelona, pues la ciudad es muy protagonista en las novelas de Atila y las reflexiones que hace Maluenda acerca de ella me parecen muy acertadas. Y quienes tengan ganas de pasar un buen rato, de echarse a las manos una lectura agradable, pero de las que al mismo tiempo te deja pensando sobre las miserias de la vida, encontrarán en las novelas de Atila la compañía ideal.
Buen trabajo también el de la editorial, Alrevés. Los pequeños problemas de edición que mencioné en la entrada de Mala hostia están solucionados ya en esta novela.
¿Qué más puedo decir? ¡Que estoy deseando leer el siguiente de Atila! Y que animo a todo el mundo a que lo descubra. Esta es la segunda novela del detective Atila; aquí está mi reseña de la primera:
Mala hostia
17 de abril de 2013
2 de abril de 2013
Te escucho
Diego Tribeca, desarraigado e inestable, trabaja para la Lonely Planet actualizando guías, profesión que le lleva a pasar largas temporadas de viaje y le ayuda a estar continuamente huyendo de su propia vida. Un desprendimiento de retina le obliga a volver a Italia, a la casa de sus padres, ya fallecidos, y a quedarse unos días encerrado entre cuatro paredes hasta recuperarse. Durante su convalecencia, un fallo en la línea telefónica hace que, cada vez que suena el teléfono y descuelga, oiga las conversaciones que tienen los vecinos de su edificio. De esta manera empieza a ser testigo mudo de las vidas que se desarrollan a su alrededor, en concreto las de cuatro mujeres: Marta, que tiene una grave enfermedad pero se ha aislado de su entorno y se empeña en no decírselo a nadie; Agnese, que vive una relación tormentosa con su novio Pietro; Giulia, o la Garza, una adolescente anoréxica a quien su madre prácticamente ignora, e Irene, una mujer que quiere ser madre por encima de todo y piensa que cuenta con el apoyo de su pareja.
Poco a poco Diego no solo es testigo en la sombra del pequeño teatro que se desarrolla a su alrededor, sino que no puede evitar pasar a formar parte activa de él cuando empieza a interactuar con las cuatro mujeres. Intenta ayudarlas desde fuera pero se involucra cada vez más en sus historias, hasta que al final la trama toma un giro muy inesperado y Diego acaba descubriendo la verdad sobre su propio pasado.
Esta es una novela de sentimientos, de amor, de sexo, de secretos y de mentiras. También de soledad, y de relaciones de pareja difíciles. Toca además un tema con el que más de uno habremos fantaseado: la posibilidad de escuchar conversaciones ajenas. A mí no me gusta mucho curiosear en las vidas de los demás y, sin embargo, a veces es inevitable pararse a escuchar esa conversación entre la pareja de al lado en el autobús, o la discusión de los vecinos que se oye en el patio interior del vecindario. La verdad es que a Diego Tribeca apenas se le plantean dilemas morales al respecto: llama a la compañía telefónica para asegurarse de que nadie va a venir a reparar su teléfono y se dispone a pasar los siguientes días olvidándose de su vida y dispuesto a sumergirse en las ajenas.
Este libro se lee rápido porque la escritura es bastante sencilla, con muchos diálogos, y no hay fragmentos pesados o que se desvíen mucho de la trama. A medida que avanza vamos siguiendo la evolución del personaje, que de estar totalmente perdido pasa a hacerse con las riendas de su vida y a tomar además algunas decisiones. De todas formas, no me parece que Diego viva una evolución moral muy drástica; tiene un carácter errático y algo inmaduro que también se aprecia en el desenlace, así que no me parece que Te escucho sea precisamente una novela de aprendizaje.
No puedo decir que este libro no me haya gustado, pero tampoco lo he terminado entusiasmada. No he empatizado mucho con la forma de pensar de los protagonistas: para mí no son ese tipo de personajes a los que coges cariño y quieres seguir y seguir leyendo sus historias. El principal protagonista me ha parecido melodramático (como sería la voluntad de la autora, puesto que lo pone en boca de Agnese hacia el final de la novela) y muchas de las situaciones que propiciaba también eran melodramáticas: no puedo decir que haya encontrado a Diego Tribeca adorable. El personaje que sí me ha parecido interesante es el de Marta, y sin embargo hacia la mitad de la novela, incomprensiblemente, pasa a un segundo plano y no se la rescata hasta casi el final. Una lástima... En definitiva, una novela que me ha entretenido durante unos días, pero que no sé si recordaré de aquí a un año.
«Durante estos años, en todos mis viajes, he estado haciendo fotos con una digital de parejas entre las que el silencio se interponía de forma palpable como una cortina de hierro. Tengo una foto de una joven pareja en el aeropuerto de Saigón; están sentados uno junto al otro, saliendo o llegando, y parecen dos entidades diferenciadas, dos personas que nunca hayan querido conocerse y, sin embargo, es evidente que están juntos, sobre todo es evidente porque, de alguna manera, se parecen. Las parejas acaban pareciéndose. Son un poco como los perros con sus dueños, se corresponden. […] Pero hoy, al volverlas a ver, me he dado cuenta de que las hice por envidia. Tenía envidia de los que se amaban, de los que se cogían de la mano, de los que ya no se sentían solos, y entonces intenté demostrarme a mí mismo que la pareja equivale a la soledad, a lo inexpresivo, a algo que he probado y me ha dado tanto miedo, que he estigmatizado el amor como el final de un individuo.»
«Esto de pensar que el amor es un lugar mágico, no contaminado, este escuchar que no eliges, que te eligen, como si se tratara de una llamada del más allá. En la idea habitual del amor hay algo de católico, de evangélico. El amor es otra cosa, se basa en las necesidades, en las proyecciones, en las obsesiones. Los encuentros sacan a relucir de nuevo cosas ya acaecidas, son historias de fantasmas, suponen la posibilidad de limitar tu parte oscura, quiero decir, los amores que funcionan. Los demás son jaulas. Todas estas cosas quisiera decirle, pero permanecemos en silencio unos segundos más hasta que ella empieza a compadecerse para consolarse de su soledad, porque entiende que aquí hay un espacio en el que no hay que disimular que uno está a toda costa. Luego dice que tiene que irse, que quiere hacer algo urgente y añade que, sin embargo, no logra acordarse de lo que es.»
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