Marcus Goldman es un joven escritor que debe enfrentarse a un pequeño (gran) problema: el síndrome de la página en blanco. Su editor le presiona para sacar un nuevo libro al mercado cuanto antes y fija una fecha de entrega, pero Goldman se ve incapaz de escribir ni una sola página. Desesperado, acude al que fue su mentor durante los años de la universidad, Harry Quebert, quien ahora es un escritor consagrado, y este le propone quedarse el tiempo que sea necesario en su casa de Aurora, un pequeño pueblo costero, hasta encontrar la inspiración.
Allí Marcus descubrirá que, en 1975, Harry mantuvo una relación con Nola Kellergan, una joven de 15 años de edad, cuando él contaba 34. El mismo verano de su romance, Nola desapareció sin dejar rastro y nunca más se supo de ella. Poco después de este descubrimiento, encuentran el cadáver de Nola enterrado en el jardín de Harry y este es detenido de inmediato. Así las cosas, Marcus emprenderá una investigación endiablada en el pueblo para tratar de averiguar quién mató en realidad a Nola y liberar a su amigo de la cárcel. De paso, se propone escribir un libro que cuente toda la historia y le impulse a él mismo de nuevo al estrellato:
El caso Harry Quebert.
Comienza así una narración a tres bandas: la historia de amor de Harry y Nola que se fraguó en 1975; la época en que Marcus y Harry se conocieron, en 1999, y el momento en el que descubren el cadáver de Nola y detienen a Harry, en el 2008.
Quise leer este libro porque de repente me lo encontraba hasta en la sopa, venía avalado por el premio Goncourt francés (yo pensaba que era prestigioso…) y el texto de la faja del libro lo comparaba con grandes como Nabokov. ¡Volver a caer a estas alturas en una trampa de
marketing…!
Porque no, el libro no me ha gustado. Lo cogí con muchas ganas y es cierto que las páginas se devoran, pero enseguida llama algo la atención: lo insípidos que resultan dos personajes con peso como son Harry y Nola, lo poco creíble que es su historia de amor. Los diálogos entre los dos parecen sacados de una novela de Corín Tellado (o peor, que la Tellado para mi gusto sabe construir historias), y se le da tantísimo bombo al inflamado amor que sentían el uno por el otro que la impresión en el lector es justo la contraria: dan ganas de soltarle un par de sopapos a cada uno.
Los demás personajes, en especial los habitantes de Aurora, son tremendos clichés. Supongo que está hecho a propósito para retratar lo que era en aquella época el ambiente asfixiante de un pueblo estadounidense de los setenta, donde lo que contaba eran las apariencias y ser mejor que el vecino, pero desde luego no contribuye a aportar un ápice de veracidad a la historia.
Por otra parte, el último tercio del libro pretende despistar al lector hasta tal punto que presenta una elaboradísima cadena de falsos culpables, algo que no causa más que desconcierto y un ligero hartazgo. Todo para acabar presentando al culpable que ya me imaginé en la página 300...
Además está la parte metaliteraria del libro: en forma de breves capítulos se recogen los consejos que Harry le daba a Marcus para convertirse en un escritor de éxito, así como las reuniones de Marcus con su editor y cómo este va elaborando una trama para hacer del próximo libro un
best-seller. Resulta inevitable imaginarse al autor, Joël Dicker, como un Marcus en busca del pelotazo literario: los dos tienen la misma edad, resultan atractivos, ambos esperan despuntar en su segunda novela. Se realiza una crítica metatextual a los
best-sellers en la que, curiosamente, esta novela cae («qué más da lo que ponga en el libro, Marcus, lo importante es que hablen de él»). Además, el propio libro va siguiendo las premisas que da Harry Quebert para que un libro pase a la historia (tipo «asestar un buen derechazo en la última parte del libro, dar un giro radical a toda la trama», cosa que en efecto ocurre), pero te das cuenta de que no se sostiene cuando ves que otros consejos, como construir unos personajes y una historia memorables, de esos que el lector no se puede quitar de la cabeza una vez terminado el libro, fallan estrepitosamente: este libro es de los que se olvidan a los dos días de haberlo terminado; es más, en la página 500 me daba igual el destino que el buen Dicker quisiera otorgar a cada uno de los personajes.
Otros dos fallos más: el autor cae en el error de reproducir fragmentos del libro que catapultó a Harry Quebert a la fama, la novela que hizo de él un autor respetado por la
intelligentsia norteamericana treinta años ha, ¡y son unos fragmentos infumables, con una prosa tremendamente pedestre! El segundo fallo es que la trama es tramposa; no voy a revelar nada, pero al final del libro hay un giro en concreto que no hay quien se lo crea.
En definitiva, que caí una vez más en las trampas del márketing editorial. Este libro está medio bien para leer en la piscina, pero se olvida en cuanto se termina la última página y no provoca más que entretenimiento barato. ¡Qué rabia haber gastado 22 euros en esto! Pero, ah, lo terapéutico que resulta despotricar un buen rato en el blog...