30 de junio de 2014

Me hallará la muerte

Madrid, 1942. Antonio y Carmen, dos jóvenes maleantes, se compinchan para desplumar a ricachones en los alrededores del parque del Retiro. Pero la adversidad y el infortunio obligarán a Antonio a huir de la justicia. Se alista en la División Azul, para poner tierra de por medio; y en Rusia conocerá penalidades sin cuento, en compañía del idealista Gabriel, otro divisionario con el que guarda un asombroso parecido físico, aunque en todo lo demás sea más bien su antípoda. 

Muchos años después, en 1954, tras sobrevivir a todo tipo de vicisitudes, Antonio regresa a España, transformado ya en otra persona, a bordo del buque Semíramis. Empieza entonces, en un Madrid peligroso y abracadabrante, una aventura de signo bien distinto, en la que Antonio vivirá una vida de potentado, muy diferente de la que dejó atrás doce años antes. Pero esta vida nueva lo obligará a la improvisación, el fingimiento y la vigilancia permanente, para mantener a buen recaudo las sombras del pasado; y en su empeño por mantenerlas, tendrá que adentrarse, siempre acechado por la muerte, en una madeja de intrigas cada vez más embrolladas y peregrinas. ¿Podrá Antonio alcanzar, entre la tupida maraña de males que ha desencadenado, el bien que anhela?


¿Hasta qué punto dejáis que la antipatía que os despierta un autor influya a la hora de leer sus libros? Porque ese creo que es el gran problema de Juan Manuel de Prada: que caen fatal tanto él mismo con sus costuras desbordantes como su engolamiento y su tufillo rancio. Yo la verdad es que llevo años intentando que eso no me afecte, pues si bien no comulgo con su ideología, como escritor de novelas me gusta mucho. Hay personas que no soportan tener que leer diccionario en mano, y eso fue precisamente lo primero que me atrajo de él ya con La tempestad: leer su prosa supone un auténtico ejercicio y un constante aprendizaje del español. ¿Qué otro autor de hoy en día es capaz de poner palabras nuevas prácticamente en cada página? Pero no palabras que me sonaran levemente, sino que algunas de ellas no las había oído en mi vida, y eso que trabajo con el lenguaje: tabuco («aposento pequeño»), patulea («muchedumbre»), polisón («armazón que, atada a la cintura, se ponían las mujeres para que abultasen los vestidos por detrás») o chubesqui («estufa para calefacción, de dobles paredes y forma cilíndrica que, por lo general, funciona con carbón». Toda la vida viéndolas en casa de tíos y abuelos y me entero ahora de que tiene un nombre tan particular y reconocido por el DRAE...).

Sin embargo, tal vez De Prada ya no es lo que era, porque si en otros libros suyos me recreaba con determinados paisajes, en este muchos de ellos me han sonado demasiado alambicados, como si se hubiera dedicado a redactar pasajes de nuevo con el Corripio en la mano. Por ejemplo, en lugar de «las voces de los musulmanes» pone «los lililíes de los almuédanos». Un ejemplo bastante gráfico de lenguaje forzado, ¿no?

En cuanto a la historia, es muy entretenida, aunque me ha hecho sufrir y las últimas 200 páginas me las he leído de una sentada porque tenía que saber cómo terminaba. Me gusta cómo hila las historias De Prada, cómo construye la trama y cómo evolucionan los personajes, aunque algún punto de esta novela no me haya parecido del todo creíble. Lo que hay que reconocerle al autor, desde luego, es que tiene mucho oficio y eso se nota en cada página.

De todas formas, este libro me deja un pequeño poso de insatisfacción, no sé si por lo rebuscado de algunas parrafadas, por los pasajes un poco truculentos o morbosos, por la visión que se da de las mujeres, pues a todas parece que las describe el autor según le provoquen o no instintos lúbricos… La verdad es que me lo pensaré antes de comprar su siguiente novela. Lo que quizá sí haga es descubrir al De Prada de los inicios, con novelas como Coños, Las máscaras del héroe o El silencio del patinador. Para un primer contacto con el autor recomendaría la novela por la que le dieron el premio Planeta, La tempestad, aunque también esta hace gala de un lenguaje barroco. No digáis que no os lo advertí. :)

En fin, veo que me ha quedado más un post con nostalgia del pasado que con esperanzas de futuro (del de De Prada, digo), pero quizá sí es ese el poso que me ha quedado tras la lectura, sí...

29 de junio de 2014

The Guernsey Literary and Potato Peel Pie Society

Londres, 1946. Juliet Ashton es una joven escritora que acaba de dar un pelotazo literario; aumenta la presión de cara a su siguiente novela, pero a ella no se le ocurren ideas. Un día, recibe una carta de un tal Dawsey Adams —ha adquirido un libro que una vez perteneció a ella, donde estaba anotada su dirección—; alentados por el amor que ambos profesan a los libros, empiezan a intercambiar correspondencia. Cuando Dawsey le cuenta que forma parte de una sociedad literaria en la pequeña isla en la que vive, Guernsey, la curiosidad de ella se ve picada y pronto comienza a recibir cartas de otros miembros de la sociedad, que poco a poco van dando pinceladas de cómo fue la ocupación alemana de la isla durante la Segunda Guerra Mundial. Así, a Juliet se le ocurre que esa sería una magnífica idea para un libro y se plantea viajar a la isla de Guernsey para conocer a las personas que conforman un club literario tan singular.

La isla en la que se desarrolla parte de la trama.

Han pasado semanas ya desde que leí esta novela y espero que el tiempo no haya servido para atemperar mi entusiasmo, porque este librito me pareció magnífico. La capacidad que tiene Mary Ann Shaffer para crear personajes entrañables es tremenda. Juliet, creo yo, es la amiga que todos desearíamos tener, especialmente por su bondad y honestidad, y por ese magnífico sentido del humor del que hace gala. Ese es uno de los puntos que más me llamó la atención de la novela, el sentido del humor tan gráfico que se utiliza, un poco al estilo Bill Bryson, como si uno estuviera viendo una tira cómica en lugar de una novela. Y luego está la parte que narra las privaciones de la guerra y cómo la ocupación alteró el día a día en la isla: se narra de una forma muy de tradición oral, como si estuviéramos sentados al fuego de una hoguera con los abuelos y ellos nos contaran en primera persona lo que padecieron. Aparte está el hecho de que se narran historias de amor surgidas en torno a la afición por la lectura. ¿Hay algo más bonito que eso?

Es una verdadera pena que la autora, Mary Ann Shaffer, muriera antes de concluir esta primera novela (fue su sobrina, Annie Barrows, quien terminó el trabajo). Sin embargo, The Guernsey Literary… ya tiene un hueco en mi estantería junto a otras novelas entrañables como I Capture the Castle y Miss Pettigrew Lives for a Day (sí, sé que no tienen mucho que ver unas novelas con otras, pero todas despiertan en mí la misma sensación, como de haber encontrado a una amiga querida con la que ir a tomar té por las tardes y charlar de mil cosas). Si os suena un poco esa sensación, ¿qué libros añadiríais a estos tres?