30 de enero de 2018

Drácula (Bram Stoker)

Releer este libro me ha hecho una ilusión tremenda. Me lo compré en inglés durante un viaje hace 20 años y la verdad es que ni recuerdo en qué momento lo leí. Lo que sí recordaba es la película que rodó Coppola, que me apasionó cuando la estrenaron en 1992 y vi un montón de veces. Cómo me gustaron Gary Oldman, Winona Ryder, Keanu Reeves, Anthony Hopkins y la espectacular Monica Bellucci en su brevísima e impactante aparición como diabólica vampira. Hay escenas de esa película que tengo grabadas a fuego en la memoria.


Y, sin embargo, hace poco la vi y ya no fue lo mismo. ¡Ah, qué lástima que haya momentos que perduran mejor en nuestra memoria! Ahora tenía muy fresco el libro y la verdad es que me gusta mucho más la trama original de Bram Stoker, en la que no hay romance alguno entre Mina y el conde.

Pero bueno, vamos con la trama de Drácula, una novela que encaja perfectamente en la categoría de «clásicos de aventuras» y que me encantó haber leído de nuevo. Jonathan Harker es un pasante de abogado que debe viajar hasta Transilvania para ayudar con unos trámites a uno de los clientes de su bufete. Emprende el viaje dejando atrás a Mina, su prometida, con quien se casará cuando vuelva de realizar estas gestiones. Ya en Rumanía los habitantes de las localidades que va atravesando en su viaje le advierten que no vaya al castillo del conde, pero Jonathan lo achaca a miedos y supersticiones del populacho e ignora todos estos avisos. Sin embargo, una vez que conoce al conde Drácula y queda prisionero en su castillo, Jonathan Harker se da cuenta del enorme error que cometió al no escuchar a aquellos que trataron de advertirle. Y lo peor es que el trabajo de Jonathan en el castillo abre las puertas para que el conde Drácula llegue a Inglaterra, donde quizá también Mina y su círculo más cercano acaben viéndose afectados.


Por suerte Mina tiene varios amigos que se dan cuenta del peligro y se unen, con el doctor Van Helsing a la cabeza, para hacer frente al conde en una batalla que les llevará desde las calles de Londres de nuevo hasta Transilvania, en unas últimas páginas que mantienen al lector en vilo hasta el emocionante final. En definitiva, un magnífico libro y una lectura más que recomendada.

Aparte de que un clásico de aventuras como este se disfruta de la primera a la última página, lo que más me ha gustado es la ambientación gótica que rezuman sus páginas, desde la descripción inicial de Rumanía, atravesando parajes primero en tren y luego en coche de caballos, por bosques neblinosos con el aullido de los lobos de fondo, mientras los lugareños se santiguan al saber a dónde se dirige el extranjero... O también el momento en el que Drácula llega a Inglaterra en barco, esa zozobrosa entrada a puerto, o las descripciones de los cementerios... Si os gustan los ambientes góticos, este libro es justo lo que estáis buscando.

Además presenta la gran ventaja de contar con Mina, un personaje femenino muy potente. En contraposición, los caballeros de este libro en ocasiones se comportan como damiselas descompuestas, pues en más de una ocasión se desvanecen y rompen en sollozos. ¡Es curiosa esta inversión de papeles a finales del s. XIX! 

Un último apunte: a la hora de leer un clásico traducido es muy importante elegir una buena edición en español. Seguro que en más de un caso nos ha decepcionado un clásico de la literatura, y sin embargo podría ser que el problema estuviera en que estábamos leyendo una mala traducción. En el caso de Drácula, puedo haceros dos recomendaciones: en primer lugar la traducción de Flora Casas, muy buena y fiel al original, que se ha utilizado por ejemplo en las ediciones de Anaya y en una colección que sacó El País de clásicos de aventuras. En segundo lugar, la editorial Plutón ha editado otra traducción (firmada por Alessia Lazcano) que también es muy correcta, pero recorta de un plumazo los aspectos más tediosos de la novela. Efectivamente, aquellos fragmentos que restan un pelín de agilidad a la lectura o que empiezan a abrumar con datos se han recortado con mano firme. Me llamó la atención y en un principio me hizo rechazar de plano esta traducción, pero luego vi que quizá no es una mala opción para los lectores a los que se les haga cuesta arriba acercarse a un clásico que en algún pasaje puede ofrecer una cantidad abrumadora de detalles.

Aunque he dicho que no me gusta el romance que se inventa la película entre Mina y el conde, dejo aquí esta foto para terminar la reseña porque, sencillamente, es preciosérrima:


16 de enero de 2018

El santo al cielo (Carlos Ortega Vilas)

Mi principal fuente a la hora de tomar ideas es Goodreads, donde acumulo una lista de lecturas pendientes de unos 150 libros. Es toda una perdición, pero es que esa web de reseñas y recomendaciones es una herramienta excelente para descubrir libros que de otro modo habrían pasado desapercibidos. También confío mucho en las puntuaciones de esa web para saber si un libro puede llegar a gustarme o no.

El caso es que evito mucho comprar novedades literarias o libros de los que no he oído hablar antes. Prefiero ir sobre aviso y, en el caso de las novedades, que pase la fiebre inicial, que vayan saliendo reseñas de muy diferentes lectores y poder formarme una opinión. Por eso compré este libro con muchas dudas. Fue en la Feria del Libro de Fuenlabrada del año pasado, cuando pasé ante el stand de la editorial Dos Bigotes, y los amables chicos que me atendieron me comentaron que, si me gustaba la novela negra, El santo al cielo estaba cosechando muy buenas reseñas. Le eché un vistazo, me pareció una edición bonita y me lo llevé, aunque admito que con muchas dudas, pues es un libro del que no había oído hablar en absoluto. Al final, los chicos de Dos Bigotes tenían razón ¡y yo también he acabado entusiasmada con esta lectura!

Aldo Monteiro, inspector jefe de la Brigada de Homicidios y Desaparecidos de la Policía Nacional, tiene una debilidad: los santos. Conoce el martirologio de memoria y no pierde ocasión de demostrarlo. Sin embargo, cuando el teniente Julio Mataró, su enlace con la Guardia Civil, le revela el nombre del cadáver que están contemplando, experimenta cierta decepción: «Orion Dauber» no posee resonancias muy cristianas. Tampoco hay nada en ese piso, cerrado desde el interior, que confirme su identidad: no se ha encontrado huella alguna. ¿Quién es Orion Dauber? ¿Y qué relación guarda con Daniel, un adolescente desaparecido dos años atrás cuyo caso sigue obsesionando al inspector?

Silvia lleva una vida rutinaria que parece perseguir un único propósito: anestesiar los recuerdos. Tal vez por eso no es muy amiga de apegarse a los objetos. A excepción, quizás, de ese prendedor que lleva en el abrigo y del que ya no puede prescindir. Un viejo alfiler de sombrero que pronto adquirirá una función más temible. Algo que todavía desconoce… como tampoco sabe que, desde hace unos meses, alguien la sigue.

Es invierno. Quedan pocos días para Navidad. Aldo y Julio se enfrentan al caso más complejo de sus carreras, un juego de apariencias y equívocos que se entrecruzará con el destino de Silvia, marcado por un hecho del pasado que se extiende como una sombra amenazadora sobre todos los personajes.

Aquí tenemos un thriller protagonizado por un inspector de policía y un teniente de la guardia civil que se ven un poco obligados a trabajar juntos y que deben dilucidar un caso de asesinato en torno a una elusiva mujer de oscuro pasado que lo único que quiere es que todo el mundo se olvide de ella. Y este trío funciona a la perfección: el inspector jefe que siempre parece algo distante y malhumorado, pero con buen fondo, y un teniente de la guardia civil que parece tener en la cabeza otras preocupaciones (y ahí lo dejo) aparte de la investigación que llevan entre manos (para mí, uno de los puntazos de la novela). Y Silvia es un personaje tortuoso que me ha encantado y que tiene el final que se merece. Y esa es otra, el final para mí es perfecto, y eso que hasta las últimas páginas temí que los derroteros fueran a ser otros...

Es cierto que la trama en ocasiones obliga a poner en práctica la «suspensión de la incredulidad» o suspension of disbelief. Es decir, en ocasiones tuve que decirme a mí misma: «Bueno, vamos a hacer como que me lo creo», porque la trama a veces da algún giro que cuesta un poco tomarse en serio. Pero los puntos positivos de esta novela son tantos que una deja gustosa de lado su sentido crítico y decide creerse las casualidades un poco traídas por los pelos que llevan a avanzar en la investigación.

Ahora que no nos oye nadie, os diré una cosa: si Morir no es lo que más duele, de Inés Plana, os dejó un poco desinflados, leed esta novela. Los fallos principales que le encontré al libro de Inés Plana son la evolución tan rara en la relación y los caracteres de los dos guardias civiles protagonistas, que un personaje importante como Sara desapareciera a efectos de la trama a mitad del libro y que el final se resolviera de forma tan poco satisfactoria. Pues bien, El santo al cielo saca sobresaliente en todos estos temas. La relación entre Monteiro y Mataró es genial de principio a fin, Silvia es un personaje con quien es fácil empatizar pese a sus puntos oscuros (y un personaje al que se saca mucho jugo), la trama no decae en ningún momento y tiene muy buenos golpes de un fino humor hasta el final.

Por cierto, me he llevado una impresión buenísima de la editorial Dos Bigotes, pues esta edición es preciosa y está muy cuidada: el tamaño, el papel, la tipografía, todo ello contribuye a disfrutar de la lectura, y encima el texto está pulidísimo.

Me encantaría que este libro fuera un poco más conocido, porque estoy segura de que entusiasmaría a muchos lectores. Y si eso anima a su autor a sacar otro libro con Aldo Monteiro y Julio Mataró de protagonistas, yo sería la persona más feliz del mundo. Ahí queda dicho.