Es una novela que recomiendo: que no os asuste lo largo que es el libro, porque la lectura es sorprendentemente ligera (vale, hay trozos en los que Tolstói se va un poco por las ramas, pero en general se avanza rápido). Lo que sí os recomiendo es haceros con una buena traducción; de verdad que no podéis haceros una idea de cómo cambia la experiencia de la lectura en función de una edición u otra: os hará amar el libro u odiarlo profundamente, o incluso dejarlo a medias.
Y qué mejor que demostrároslo con el ejemplo: he escogido un párrafo del cuarto capítulo de entre diferentes versiones publicadas en español para dejar patente hasta qué punto puede cambiar un texto en función de la traducción. Juzgad vosotros mismos.
Editorial Ramón Sopena, Barcelona, 1959
(en mi edición, sorprendentemente, no figura el nombre del traductor)
Es la misma edición que ha publicado Edimat.
Oblonsky, con el rostro sombrío y los ojos llenos de lágrimas, exclamó:
—¡Dolly, en nombre de Dios! ¡Piensa en los niños, ellos no son culpables! ¡Sólo yo soy el delincuente, castígame; dime de qué manera puedo expiar mi falta! ¡No tengo palabras para expresarte mi dolor! ¡Dolly, perdóname!
La desventurada se sentó y él oía su respiración fatigosa con un sentimiento de infinita piedad. Trató Daria varias veces de hablar sin poder articular una palabra.
Oblonsky aguardaba.
Al fin dijo ella:
—Tú piensas en los niños cuando se trata de jugar con ellos. Yo pienso en ellos siempre y comprendo lo que han perdido.
Al decir eso repetía una de las frases que había preparado durante esos tres días.
Traducción de Biblioteca Virtual Universal
http://biblioteca.org.ar/libros/133590.pdf
(Tampoco figura el nombre del traductor ni más datos sobre la edición)
*Edito en julio del 2020 para decir que el traductor, según me apunta un amable lector en los comentarios, es Alexis Marcoff.
El rostro de su marido parecía haberse dilatado; tenía los labios hinchados y los ojos llenos de lágrimas.
—¡Dolly! —murmuraba, dando rienda suelta a su llanto—. Piensa en los niños... ¿Qué culpa tienen ellos? Yo sí soy culpable y estoy dispuesto a aceptar el castigo que merezca. No encuentro palabras con qué expresar lo mal que me he portado. ¡Perdóname, Dolly!
Ella se sentó. Oblonsky oía su respiración, fatigosa y pesada, y se sintió invadido, por su mujer, de una infinita compasión. Dolly quiso varias veces empezar a hablar; pero no pudo. Él esperaba.
—Tú te acuerdas de los niños sólo para valerte de ellos, pero yo sé bien que ya están perdidos —dijo ella, al fin, repitiendo una frase que, seguramente, se había dicho a sí misma más de una vez en aquellos tres días.
Biblioteca Edaf, 2011
Traducción de J. Santos Hervás
Stepán Oblonski tenía los ojos llenos de lágrimas.
—¡Dolli! —dijo casi llorando—. En nombre de Dios, piensa en los niños, que no son culpables. Solamente yo lo soy; castígame y dime cómo he de expiar mi falta: estoy dispuesto a todo. No encuentro palabras para expresar mi aflicción. ¡Perdóname!
Dolli tomó una silla y se sentó. Él oía su respiración, oprimida y sonora, y sentía tanta lastima por ella, que no podía decir palabra. Y varias veces trató de hablar sin conseguirlo.
—Tú piensas en los niños —dijo al fin— cuando se trata de jugar con ellos, pero yo pienso en todo lo que han perdido.
Ésta era probablemente una de las frases que se había dicho a sí misma varias veces durante aquellos tres días.
Editorial Alba
Traducción de Víctor Gallego
El rostro de Stepán Arkádevich se dilató, sus labios se hincharon, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡Dolly! —pronunció, sollozando—. Por el amor de Dios, piensa en los niños, que no tienen culpa de nada. El único culpable soy yo. Castígame, dime cómo puedo expiar mi culpa. Estoy dispuesto a todo. Soy culpable. No encuentro palabras para expresar lo culpable que soy. ¡Pero te pido que me perdones, Dolly!
Ella se sentó. Stepán Arkádevich escuchaba su respiración trabajosa y difícil y sentía una pena inefable por ella. Dolly trató de hablar varias veces, pero no pudo. Él esperaba.
—Sólo te acuerdas de los niños cuando tienes ganas de jugar con ellos, pero yo pienso en ellos en todo momento y sé que están perdidos sin remedio —acabó diciendo. Por lo visto era una de las frases que se había estado repitiendo a lo largo de esos tres días.
Editorial Cátedra, Madrid, 1994
Traducción de L. Sureda y A. Santiago, revisada y corregida por Manuel Gisbert
El rostro de Oblonski se alteró; al príncipe le temblaron los labios y se le llenaron de lágrimas los ojos.
—Dolli —suplicó Stepán Arkádich, sollozando casi—, en nombre del Cielo, piensa en nuestros hijos. Ellos no tienen la culpa. ¡La culpa es mía, sólo mía! ¡Castígame! ¡Dime cómo he de expiarla! Estoy dispuesto a todo. Reconozco mis faltas. No encuentro palabras para expresar mi arrepentimiento. ¡Perdóname, Dolly; te lo suplico!
Daria se sentó. El príncipe oía con infinita compasión la difícil y fatigosa respiración de su mujer. Daria intentó varias veces hablar, sin poder lograrlo. Oblonski esperaba.
—Tú piensas en los hijos cuando tienes ganas de jugar con ellos —pudo, por fin, decir Daria—; pero yo pienso en ellos a todas horas y sé que van a ser desgraciados.
Era ésta, sin duda, una de las frases que ella se había dicho muchas veces durante aquellos tres días.
¿Qué os parece? ¿Con cuál os quedáis? Debo decir que el fragmento ha sido escogido totalmente al azar, pero creo que hay muchos otros en los que las diferencias son mucho más patentes. A veces parece que estamos leyendo novelas diferentes... En mi opinión, una de las más logradas es la de Cátedra, pero la de Alba ha recibido varios galardones y es también un trabajo magnífico. Cualquiera de estas dos últimas ediciones puede ser una apuesta segura a la hora de abordar este clásico de la literatura rusa del siglo XIX.
El rostro de su marido parecía haberse dilatado; tenía los labios hinchados y los ojos llenos de lágrimas.
—¡Dolly! —murmuraba, dando rienda suelta a su llanto—. Piensa en los niños... ¿Qué culpa tienen ellos? Yo sí soy culpable y estoy dispuesto a aceptar el castigo que merezca. No encuentro palabras con qué expresar lo mal que me he portado. ¡Perdóname, Dolly!
Ella se sentó. Oblonsky oía su respiración, fatigosa y pesada, y se sintió invadido, por su mujer, de una infinita compasión. Dolly quiso varias veces empezar a hablar; pero no pudo. Él esperaba.
—Tú te acuerdas de los niños sólo para valerte de ellos, pero yo sé bien que ya están perdidos —dijo ella, al fin, repitiendo una frase que, seguramente, se había dicho a sí misma más de una vez en aquellos tres días.
Biblioteca Edaf, 2011
Traducción de J. Santos Hervás
Stepán Oblonski tenía los ojos llenos de lágrimas.
—¡Dolli! —dijo casi llorando—. En nombre de Dios, piensa en los niños, que no son culpables. Solamente yo lo soy; castígame y dime cómo he de expiar mi falta: estoy dispuesto a todo. No encuentro palabras para expresar mi aflicción. ¡Perdóname!
Dolli tomó una silla y se sentó. Él oía su respiración, oprimida y sonora, y sentía tanta lastima por ella, que no podía decir palabra. Y varias veces trató de hablar sin conseguirlo.
—Tú piensas en los niños —dijo al fin— cuando se trata de jugar con ellos, pero yo pienso en todo lo que han perdido.
Ésta era probablemente una de las frases que se había dicho a sí misma varias veces durante aquellos tres días.
Editorial Alba
Traducción de Víctor Gallego
El rostro de Stepán Arkádevich se dilató, sus labios se hincharon, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡Dolly! —pronunció, sollozando—. Por el amor de Dios, piensa en los niños, que no tienen culpa de nada. El único culpable soy yo. Castígame, dime cómo puedo expiar mi culpa. Estoy dispuesto a todo. Soy culpable. No encuentro palabras para expresar lo culpable que soy. ¡Pero te pido que me perdones, Dolly!
Ella se sentó. Stepán Arkádevich escuchaba su respiración trabajosa y difícil y sentía una pena inefable por ella. Dolly trató de hablar varias veces, pero no pudo. Él esperaba.
—Sólo te acuerdas de los niños cuando tienes ganas de jugar con ellos, pero yo pienso en ellos en todo momento y sé que están perdidos sin remedio —acabó diciendo. Por lo visto era una de las frases que se había estado repitiendo a lo largo de esos tres días.
Editorial Cátedra, Madrid, 1994
Traducción de L. Sureda y A. Santiago, revisada y corregida por Manuel Gisbert
El rostro de Oblonski se alteró; al príncipe le temblaron los labios y se le llenaron de lágrimas los ojos.
—Dolli —suplicó Stepán Arkádich, sollozando casi—, en nombre del Cielo, piensa en nuestros hijos. Ellos no tienen la culpa. ¡La culpa es mía, sólo mía! ¡Castígame! ¡Dime cómo he de expiarla! Estoy dispuesto a todo. Reconozco mis faltas. No encuentro palabras para expresar mi arrepentimiento. ¡Perdóname, Dolly; te lo suplico!
Daria se sentó. El príncipe oía con infinita compasión la difícil y fatigosa respiración de su mujer. Daria intentó varias veces hablar, sin poder lograrlo. Oblonski esperaba.
—Tú piensas en los hijos cuando tienes ganas de jugar con ellos —pudo, por fin, decir Daria—; pero yo pienso en ellos a todas horas y sé que van a ser desgraciados.
Era ésta, sin duda, una de las frases que ella se había dicho muchas veces durante aquellos tres días.
¿Qué os parece? ¿Con cuál os quedáis? Debo decir que el fragmento ha sido escogido totalmente al azar, pero creo que hay muchos otros en los que las diferencias son mucho más patentes. A veces parece que estamos leyendo novelas diferentes... En mi opinión, una de las más logradas es la de Cátedra, pero la de Alba ha recibido varios galardones y es también un trabajo magnífico. Cualquiera de estas dos últimas ediciones puede ser una apuesta segura a la hora de abordar este clásico de la literatura rusa del siglo XIX.