Si tenemos en cuenta que el título de esta novela está extraído de una oración de san Francisco («donde haya desesperación, ponga yo esperanza; donde haya tinieblas, ponga yo luz») y que la novela se abre con una cita del Génesis, ya podemos imaginar que en la trama tiene mucho peso el trasfondo religioso.
Empecemos con un resumen de la novela, y para ello voy a emplear un fragmento de uno de los capítulos del final porque el autor lo explica muy bien en un par de frases:
[Varios] muertos en diez días, cada uno asesinado de una manera simbólica (...). Un caso lleno de hashtags, haters y redes sociales, algo inimaginable hacía pocos años. El culpable no iba a ser el vecino ni un pariente más o menos cercano. El asesino podía ser… cualquiera que tuviera una cuenta en Instagram o Twitter y quisiera mandarnos un mensaje. O no.
Pero vayamos al principio. Este libro sigue una fórmula ya habitual en otras novelas del mismo corte: presentar como protagonistas a una pareja de inspectores que no podían ser más diferentes: Juan Martínez ronda los cincuenta años, es padre de tres hijos adolescentes, con un punto paternal y otro punto ingenioso, y algunas ideas algo chapadas a la antigua pero que se esfuerza constantemente por revisar. Nuria Pieldelobo no llega a los treinta, pero ya se está labrando una sólida carrera gracias a su inteligencia y su arrojo. El hecho de que sea bellísima ella lo trata como si fuera un moscardón que le ronda y hay que apartar a manotazos, con un punto de desprecio y desafío a todo aquel que admire su físico...
Martínez y Pieldelobo no pueden ser más distintos. Por eso, cuando una modelo rusa con una característica física muy particular (no tiene ombligo) desaparece en Madrid, el comisario decide emparejarlos para que den con el culpable. Y, efectivamente, cada uno elabora una teoría: Martínez cree que el asesino se está inspirando en el Génesis para cometer sus crímenes, y Pieldelobo se inclina por una red de prostitución de lujo. Así que hay que ponerse a investigar, y el caso les lleva a Fuente del Arco, en Badajoz, a la ermita de la Virgen del Ara, que es un lugar impresionante, la «Capilla Sixtina» extremeña:
Y así arranca la novela, con un viaje de varias horas desde Madrid a Extremadura en el que Martínez y Pieldelobo intentan buscar temas de conversación sin enzarzarse en discusiones. Y es que no es fácil, porque Martínez tiene algunas ideas que empiezan a quedarse anticuadas y chocan frontalmente con el feminismo acérrimo de Pieldelobo (además de que hay un inevitable choque generacional).
Lo primero que me ha llamado la atención es la peculiar voz narradora de Martínez, muy diferente a lo que estoy acostumbrada a leer en novela negra. Pese a lo sórdido de la trama, te ríes cada dos por tres con sus diálogos internos, con su costumbre de ponerle motes a todo el mundo y de utilizar diminutivos aunque no venga a cuento. Es muy divertido seguir las líneas de pensamiento de Martínez, y además el autor se las arregla para no resultar cargante ni pasarse de graciosillo.
El propio Ríos contaba en Twitter que no sabía si funcionaría esta propuesta, pero le surgió así al empezar a escribir la novela y mandó las primeras 40 páginas a la editorial para ver si tenía luz verde para seguir en esa línea. Por supuesto le dieron el visto bueno, y me alegro de que así fuera porque es lo que diferencia (para bien) a este libro de las demás novelas negras que he leído últimamente.
Con el choque generacional de Martínez y Pieldelobo el autor aprovecha para tratar diversos temas: el peligro de las redes sociales, la impunidad que sienten los que atacan desde el anonimato de un perfil de Twitter o Instagram, las reivindicaciones del #MeToo, el acoso sexual, la lucha constante de las mujeres por demostrar que son algo más que una cara bonita o el sórdido mundo del modelaje.
En paralelo a estas reflexiones, el trasfondo religioso tiene mucho peso en la trama y el autor se explaya a gusto con los relatos del Génesis: Adán y Eva, Caín y Abel, el arca de Noé, la culpa, el perdón y el arrepentimiento... Ríos se entretiene casi demasiado en estas partes, pero también es necesario entrar en detalle para armar la trama (y también para educar a Pieldelobo, que estudió en un colegio laico y no tiene ni idea de las historias de la Biblia); lo cierto es que el libro presenta datos interesantísimos y reflexiones en las que no había caído y que son para rumiar con calma...
Manuel Ríos es también guionista de cine y televisión (Compañeros, por ejemplo), y eso me preocupaba un poco antes de empezar esta novela por la impresión no muy buena que me llevé con otro autor en El buen padre (ese ritmo excesivamente acelerado en toda la trama...). Para mi sorpresa, este libro no ha sido así en absoluto: la trama tiene partes de acción, pero se combina con otras muchas en que los inspectores tienen que esperar y conversan, y ahí es donde se van armando los temas en torno a los que gira la novela. Se abren líneas de investigación que al final no conducen a nada, y eso también me ha gustado; en otras novelas de este estilo parece que mágicamente los inspectores siguen el rastro correcto desde el principio.
Otro aspecto en el que destaca este libro son las reflexiones que hace Martínez sobre el matrimonio y sus cuitas como padre de tres adolescentes. Me he identificado muchísimo con ellas y me han parecido un contrapunto buenísimo para el ritmo de la novela.
Entonces, ¿todas mis impresiones han sido positivas? Pues no, que ya sabéis que yo tengo un punto muy gruñón en mis reseñas. La inspectora Pieldelobo me ha parecido un poco caricaturesca, con esas actitudes y contestaciones tan extremas, y en los primeros capítulos no lograba empatizar con ella. Es verdad que al principio está muy a la defensiva, en un entorno laboral tradicionalmente masculino en el que parece que tiene que demostrar su valía mucho más que sus compañeros. Su evolución es palpable y me ha gustado, pero es cierto que al principio la veía más un lastre que otra cosa (en cualquier caso, su personaje plantea interesantes debates a lo largo de la novela).
Por otra parte, a mitad del libro hay un giro de acontecimientos que no me gustó nada y el tono a partir de ahí cambia por completo. A eso le sumamos otra cosa que pasa un poco hacia el final y el libro se acercó peligrosamente a eso que yo llamo vengahombreporfavor. Digamos que la primera mitad del libro tiene un enfoque que me pareció poco habitual en una novela negra y todo un puntazo, y la segunda mitad es «ya estamos cumpliendo todos los topicazos de la novela negra al uso». Cachis... ahí para mi gusto la novela patina ligeramente.
De todas formas, y dejando ese tema aparte, lo cierto es que es una novela muy bien estructurada que me ha tenido enganchada, con un marco teórico complejo de fondo que seguro que ha costado armar, unos diálogos muy bien conseguidos y un ritmo que engancha pero te pide a la vez una lectura pausada.
En definitiva, otra muy buena lectura conjunta que hemos disfrutado en #SoyYincanera y que, de verdad (y pese a mis peros), no dudo en recomendaros.
Post scriptum: Decidme que no soy la única que, en cada escena en la que aparece el inspector Martínez, veía a Manuel Ríos... ¡Son clavados! :)