Es cierto que se puede vivir sin perros, pero no hace falta.
El protagonista de Simpatía es Ulises Kan, que vive en Caracas impartiendo talleres de cine en un centro cultural. A su alrededor el país se desmorona y todos los que pueden huyen, como su mujer, Paulina, que se va dejando a su marido atrás.
En este contexto Ulises encuentra a un aliado inesperado, su exsuegro, el general Martín Ayala, con quien parece conectar especialmente bien (quizá un punto de conexión importante es que ambos son huérfanos). Cuando él fallece, el testamento depara una sorpresa: Ulises heredará el piso en Caracas del general si ayuda a crear una protectora para perros en la mansión de Ayala. Sin embargo, Paulina se muestra muy descontenta con esta decisión y parece dispuesta a cualquier cosa con tal de llevarse ella los valores inmobiliarios. Entretanto, Nadine, un antiguo amor de Ulises, vuelve a colarse en su vida, aunque se trata de una mujer enigmática que parece no tener claro su rumbo y en su zozobra deja desvalido a Ulises.
Y este es el punto de partida de la trama. Uno de los temas que más destacan, en mi opinión, es esa Venezuela que languidece bajo el chavismo. La narración sitúa al lector en primera fila; uno ve al portero de la finca que se desmaya porque lleva días sin comer, o al cerrajero que se desplaza de una punta de la ciudad a la otra andando, con los zapatos rotos, porque no tiene coche y los autobuses van atestados.
Los otros grandes protagonistas son los perros, que prestan su amor incondicional aun al dueño que está a punto de abandonarlo. Además los animales se convierten en metáforas de un país abandonado por sus habitantes, y de Ulises abandonado por su mujer (y antes por sus padres, pues de pequeño estuvo en un orfanato). La enigmática Nadine tampoco contribuye en absoluto en sosegar a Ulises, pues se revela como una persona rodeada de misterios. Así, la trama explora temas como el abandono, la soledad, el consuelo que buscan los personajes en los animales, la falta de una estructura familiar sólida, los guiños de solidaridad de los ciudadanos en medio de un país en ruinas...
Y luego surge una trama que no esperaba, y es que de una narración lenta y contenida el libro aumenta la tensión narrativa y apunta hacia un thriller ante las maquinaciones de Paulina y su abogado para impugnar el testamento. Ha sido un giro que no me esperaba y me ha parecido muy bienvenido.
Me ha gustado esta novela de Rodrigo Blanco Calderón; se trata de una novela de lectura pausada que conmueve por su visión que da de los perros, su fidelidad y amor incondicional, y cómo un grupo de personas se alía para salvar a todos los perros abandonados que abundan entre las ruinas del país. Y también me ha impactado eso, el retrato que hace de la Venezuela actual, una situación política de la que yo solo sabía por leer comentarios de refilón por internet.
Siempre me digo que debería leer más obras de autores latinoamericanos, y este libro me reafirma en ello; no dudo en recomendaros esta obra de Rodrigo Blanco Calderón. Os dejo un fragmento que os ayudará a haceros una idea de lo que encontraréis en él:
La cosa se fue poniendo cuesta arriba a medida que la crisis y el hambre arreciaban. Todo el que podía se iba del país. Los más afortunados lo hacían en avión, muchos de ellos sin mirar atrás. Cuando ya tenían comprados los pasajes y el gestor les había devuelto los documentos apostillados; cuando ya habían rematado la casa familiar a una cuarta parte de su valor; cuando ya habían renunciado al trabajo y hecho la última ronda de médicos; cuando ya a los niños los habían sacado del colegio, incluso a mitad del año escolar, porque no había tiempo que perder; cuando todo estaba listo, entonces tomaban el carro por última vez y conducían hasta un parque lejano. Allí frenaban, desde adentro abrían la puerta trasera y dejaban salir a los perros; y cuando los perros se bajaban locos de alegría, trancaban de golpe la puerta trasera, aceleraban y huían.