¿Os apetece una lectura sobre casas encantadas para esta noche de Halloween? ¿Una además que podréis devorar en una tarde, mientras esperáis a que llegue la hora bruja? Pues este es vuestro libro, perfectamente ambientado y que os hará mirar más de una vez inquietos por encima del hombro, porque os advierto que la historia que aquí se narra ocurrió en la realidad...
En este libro breve, de 120 páginas dividido en capítulos cortos, Marta Fontana nos cuenta las experiencias paranormales que vivió su familia durante varios veranos, desde 1977 hasta principios de los noventa, en la casa en la que pasaban las vacaciones (en Verges, un pueblecito de Girona). Al principio los fenómenos empezaron poco a poco; la abuela de la familia, que dormía en el temido tercer piso, se quejaba de ruidos y sensaciones, pero nadie le hacía mucho caso. Hasta que poco a poco todos acabaron viviendo fenómenos de algún tipo: respiraciones agitadas, ruidos de cadenas arrastrándose, empujones, opresión en el pecho (como si tuvieras a alguien encima), nebulosas que avanzan por el pasillo, olores nauseabundos y esa horrible sensación de no estar sola...
La casa de Verges (Foto de Miriam Costa) |
El tono del libro está muy conseguido, porque Marta cuenta lo que pasó de forma muy cercana, construyendo la narración a partir de entrevistas que hizo a varias mujeres de su familia que le contaron lo que vivió cada una además de un montón de anécdotas familiares. Lo que narra son episodios puntuales vividos a lo largo de muchos años; al parecer hubo temporadas en las que no ocurría nada, pero esas pocas vivencias fueron suficientes para que los protagonistas huyeran despavoridos hasta la calle más de una vez. Todos coincidían es en que ninguno quería acercarse demasiado a la tercera planta de la casa, pues allí era donde todos tenían siempre una sensación mayor de inquietud (cuando no miedo, directamente).
Después de aquello, el miedo se volvió compañero en los trayectos por los pasillos solitarios. Ya nadie quería subir a solas a la tercera planta...
Desde luego en este libro las experiencias paranormales son las protagonistas, pero destaca por otra cosa: refleja muy bien lo que fueron aquellos veranos vividos en el pueblo, en un caserón enorme en el que se juntaban varias familias, la algarabía, las bromas y carcajadas, ir en bici a coger moras con los amigos y los primos, las jornadas interminables en la playa, las noches viendo las estrellas y las cenas todos juntos con sillas plegables en la acera. Una historia en el fondo muy entrañable en el que las mujeres de la familia son fuertes y tienen un papel protagonista.
Resuena aún en mi cabeza el alboroto, las carcajadas, ¡Pepe!, las groserías y ocurrencias de unos y otros, a ver quién la soltaba y hacía más gorda, ¡Conchi!, el correteo arriba y abajo, los casetes de Julio Iglesias, los Panchos o Dyango reventando el altavoz del radiocasete, ¡Rosita! En un instante la casa se llenaba de vida.
Por supuesto, muchos de los fenómenos se viven primero con mucho escepticismo, pero finalmente los miembros de la familia se rinden ante la evidencia de que eso que recogen sus sentidos no tiene ningún tipo de explicación. Luego sabremos que la casa se erige en pleno casco antiguo del barrio, junto a la iglesia, y con el tiempo sabrían que justo debajo había un camposanto de 800 años de antigüedad. Además, una parte del caserón fue antaño un hospital de pobres, donde la gente no iba a curarse, sino a morir... Esto, unido a la especial sensibilidad que parecen tener las mujeres de esta familia, convirtió a la casa en caldo de cultivo para estos fenómenos paranormales.
Un último apunte: la casa lleva años deshabitada. Marta y su familia se mostraron muy interesadas en adquirirla, pero no lograron ni siquiera visitarla antes de publicar este libro. Por lo que he visto, un tiempo después Marta sí que logró entrar (no sé si sola o con el equipo de Cuarto Milenio, que también dedicó un reportaje al caso), pero la casa sigue en venta y deshabitada. Anécdota: contaron en Cuarto Milenio que la casa fue okupada una vez y las personas que entraron duraron días. No tardaron en largarse de allí...
Por cierto, la cubierta me parece preciosa y tremendamente evocadora, es diseño de la propia Marta y creo que hace un guiño a una tradición medieval que se celebra cada Semana Santa en el pueblo de Verges: la Danza de la Muerte, en la que cinco esqueletos bailan al son de un tambor, portando una bandera en la que pone «Lo temps es breu» (el tiempo es breve). Un telón de fondo perfecto para esta historia, ¿no os parece?
Llevaba algunos días refiriéndose a malas sensaciones, a presencias nocturnas y percepciones incómodas. Oía voces, sonidos de cadenas, y se quejaba de noches mal dormidas. Tenía la certeza de que algo rondaba en su habitación, aunque para el resto de los familiares solo eran los desvaríos de la edad...
Gracias a Masa Crítica de Babelio y a La Marca Negra Ediciones por el precioso ejemplar.