Más vale tarde que nunca, y está claro que yo voy a descubrir buena parte de los clásicos infantiles ya casi rozando los cuarenta. ¿Cómo se explica que no haya leído este libro hasta ahora? Alguna vez ya he contado que de pequeña leía los mismos libros una y otra vez; estuve años sin descubrir lecturas nuevas (aparte de los del colegio, claro). ¡Tremendo! El caso es que ahora con mi hija tengo la oportunidad de redimirme y puedo afirmar que nunca es tarde para disfrutar de la literatura infantil.
La cuestión es que ni había leído el libro de
Charlie y la fábrica de chocolate ni había visto la película cuando mi hija me dijo que se había convertido en su libro favorito (lo estaban leyendo en el colegio) y que TENÍA que hacerle un hueco. ¿Y cómo voy a hacer yo caso omiso de una recomendación literaria que me haga mi hija? Jejeje... Así que enseguida lo busqué y sí, ¡acabé tan entusiasmada con esta historia como ella!
Un
resumen por si alguien no conoce la trama: Charlie Bucket es un niño muy pobre que vive con sus padres y sus cuatro abuelos en una casita muy pequeña, donde pasan hambre y frío (los cuatro abuelos, muy mayores y arrugaditos, se apiñan todos en una sola cama porque no hay dinero ni sitio para más, y a Inés y a mí nos hacía mucha gracia imaginarlos allí a los cuatro, con los pies tocándose en el centro de la cama). Lo único que tienen para comer es sopa de col. ¡Todos los días, un día tras otro! Muy cerca de su casa se halla la fábrica de chocolate de Willy Wonka, que lleva años funcionando pero cerrada al público, hasta que un día el señor Wonka, el propietario, decide que cinco niños podrán visitarla, ¡los cinco afortunados que encuentren un billete dorado dentro de las barras de chocolate que vende la fábrica! El mayor sueño de Charlie sería poder ver la fábrica por dentro, pero ¿cómo le va a tocar si no tiene dinero ni para tentar a la suerte comprando una sola barrita de chocolate? ¿Conseguirá Charlie tan ansiada visita?
Lo primero que pensé al terminar este libro fue el
derroche de imaginación del que hace gala el autor. Es increíble, no solo por la cantidad de cosas disparatadas que ocurren en el libro, sino también por el vocabulario que se inventa (una palabra detrás de otra) y la sucesión de escenas alocadas que tienen lugar dentro de la fábrica. Por no hablar de todas esas puertas con nombres curiosísimos, sobre todo las que no llegan a abrirse. Yo me quedaba pensando en qué podría haber detrás de ellas... Desde luego, para un niño tiene que ser divertidísimo y alucinante leer un libro así.
Una de mis escenas favoritas es la de los «
square sweets that look round» que aparecen en una sala de la fábrica de chocolate: me pareció un juego de palabras brillantísimo y no hacía más que preguntarme cómo lo habrían solucionado en la versión traducida (y fue así: «caramelos cuadrados que se vuelven en redondo». ¡Me pareció una traducción bastante acertada!).
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The square sweets that look round. |
Sin embargo, el libro no se limita solo a ofrecer una trama entretenida, sino que
condena temas que hoy siguen siendo vigentes, como la gula, la avaricia, la mala educación en los niños, mascar chicle, el exceso de televisión, los padres que consienten a sus hijos en exceso... En general la novela castiga a los niños que se portan mal y premia a los que se portan de manera ejemplar. Y pensar que el libro se escribió hace más de cincuenta años y todos esos temas siguen estando a la orden del día...
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Fragmento de una de las canciones de los oompa-loompas que aboga por tirar la tele a la basura y, en su lugar, leer un libro. |
El libro en general ha envejecido muy bien y conserva la capacidad de encandilar, aunque hay un detalle considerado políticamente incorrecto y son los
oompa-loompas, que en un principio eran pigmeos traídos de lo más profundo de una selva africana y, después de que se considerara conveniente una versión más políticamente correcta, se convirtieron en una especie de enanitos
hippies de piel sonrosada.
Pese a encajar totalmente en la categoría de literatura infantil (para niños de 6 o 7 años en adelante, más o menos), los adultos también lo disfrutarán y de hecho quizá capten
más matices en el libro, como el hecho de que Willy Wonka es un
personaje bastante siniestro: no se puede decir que sienta mucha empatía por las cosas que les pasan a los niños en la fábrica y, de hecho, va poniendo a prueba las debilidades de cada uno mediante «trampas» maquiavélicas para ver quién es un digno sucesor de llegar al final del recorrido. De hecho, hay
páginas que apuntan a que la fábrica en realidad utilizaba a niños como materia prima para fabricar los dulces y golosinas. Ese detalle se me había escapado, pero leyendo la teoría que se explica ahí, ¡tiene todo el sentido! Y los
oompa-loompas también presentan un lado siniestro, puesto que entonan sus cantos moralizantes después de que el niño en cuestión haya cometido un error, ¡no antes, para advertirles! Podrían compararse con los esbirros de un matón, que son los que ocultan las pruebas y entierran el cadáver... Yo admito que Willy Wonka no me cayó bien en ningún momento: un
carácter brusco; cero empatía; despide a todos los trabajadores de su fábrica y se va a un país lejano a traer a cientos de peones que viven en su fábrica y están a sus órdenes; todo el rato metiendo prisas y no dejando que nadie disfrute del recorrido... ¡Me pareció un personaje más bien odioso, la verdad!
De todas formas, no resulta extraño que
Charlie y la fábrica de chocolate tenga un lado oscuro. Roald Dahl escribió también
historias macabras para adultos, caracterizadas por su tono siniestro y su negro sentido del humor que a menudo terminaban con un desenlace inesperado. Hay varias antologías publicadas con estos relatos, como por ejemplo
Kiss Kiss, que tengo en casa y me han dado ganas de releer para recordar esta otra faceta de Dahl menos conocida. ¿Habéis leído vosotros estas historias?
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Ilustración de Quentin Blake para Charlie y la fábrica de chocolate. El libro está lleno de frases para enmarcar. |