Cómo olvidar el caso de Natascha Kampusch, la joven austríaca que fue secuestrada en 1998 y permaneció 8 años en manos de su captor, o 3.096 días. El mundo asistió asombrado a aquel 23 de agosto del 2006 cuando, en los telediarios de todo el mundo, se emitió la noticia de una joven que había huido de una especie de búnker en el que estaba retenida, clamando ser aquella niña que desapareció la mañana en que caminaba sola al colegio por primera vez.
Sin embargo, pasado un tiempo comenzaron a surgir interrogantes: cuando el secuestrador apareció muerto, Kampusch se mostró muy afectada; decían que había sentido compasión por él; que en ocasiones no estaba encerrada en un agujero sino que vivía con él, con Wolfgang Priklopil, en su casa; que incluso salieron en coche a la nieve una vez. ¿Cómo es posible que una chica secuestrada y traumatizada se vaya de vacaciones con su torturador?
Por supuesto, la verdad es mucho más compleja. Como no puede ser de otra manera, Priklopil era un auténtico psicópata; tras secuestrar a Natascha la metió en un cuartucho que había excavado bajo su casa. Solo abrir la serie de compuertas que conducían al subterráneo llevaba una hora. Priklopil controlaba la luz del cuarto, él decidía cuándo se apagaba y Natascha se quedaba a oscuras, con el sonido del sistema de ventilación martilleándole en la cabeza. Tardó seis meses en dejarla salir de allí y subirla a su casa por primera vez (apenas unos minutos). Pero su obsesión era que Natascha no dejara rastro alguno arriba, ni siquiera un pelo que algún policía pudiera encontrar, por lo que con el tiempo le rapó el pelo al cero. Pretendió anular su identidad anterior y pasó a llamarla Bibiane. Empezó a racionarle la comida como forma de control y de sumisión, hasta que con su 1,75 m llegó a pesar 38 kilos. Con los años empezó a darle palizas, cuya brutalidad, narrada en detalle, estremece. Natascha no podía mirar a Priklopil a los ojos directamente, ni hablar sin permiso, ni separarse de él a más de un metro de distancia. Si no se «portaba bien», le quitaba la luz, la comida, los libros y la televisión que tenía en el zulo, le daba palizas. Quería someterla totalmente a su control, que ella fuera uno con él.
Muy poca gente habría podido resistir no ya solo física sino emocionalmente año tras año sin romperse y someterse. Natascha se propuso no olvidar quién era y de dónde venía (pese a cambiarle el nombre, pese a repetirle una y otra vez que sus padres no la querían), se propuso no someterse a él por debajo de unos mínimos (nunca se arrodilló ante él ni le llamó «mi señor», como él pedía una y otra vez), y se prometió a sí misma que, cuando cumpliera 18 años y dejara de ser una niña, huiría. Huir o morir, no le importaba.
Uno lee el relato de Natascha y comprende a la perfección cómo pudo ir con él de excursión a la nieve y no tratar de escapar; estaba tan débil por la falta de comida que apenas se tenía en pie, y el grado de control psicológico al que la sometía era tal que nunca reunía el valor suficiente para intentar huir. También se entiende que sus sentimientos hacia el captor no fueran ni blancos ni negros, sino toda una gama de grises; ¡era la única persona con la que había tenido contacto en 8 años! Además, para no hundirse, durante su cautiverio Natascha decidió ir perdonando todas y cada una de las atrocidades a las que le sometía su captor; era su forma de quedar por encima de él, era en cierto modo el único poder que le quedaba; y quizá eso hizo que estableciera una especie de empatía con el secuestrador y con los motivos que le empujaron a hacer lo que hizo.
El libro está escrito con una inteligencia y una lucidez asombrosas, teniendo en cuenta que cualquier persona tendría un trauma impresionante, por no hablar de que Natascha no fue a la escuela desde los diez años. Sobre todo, me sorprendió el análisis que hace de su situación, y detalla con explicaciones dignas de psicólogo las distintas fases por las que pasó su relación con el captor y sus reacciones a las atrocidades. Imagino que, desde que acabó la pesadilla, Kampusch ha ido a muchos psicólogos para superar el trauma y son ellos los que han puesto orden y han dado nombre a todo lo que le pasó, pero, aun así, insisto en que la madurez y la capacidad de análisis de la autora son muy destacables.
Dicho todo esto, en ocasiones tenía la sensación de que habría sido mejor no leer este libro; me daba pudor asomarme hasta tal punto a la intimidad de otra persona y no sé si tenía la necesidad de saber tanto sobre este caso. Pensar que todo aquello sucedió de verdad y en unas fechas relativamente recientes... No sé, creo que pasará un tiempo hasta que vuelva a leer un libro de estos...
El original está escrito en alemán, y yo leí la traducción al inglés firmada por Jill Kreuer.
El original está escrito en alemán, y yo leí la traducción al inglés firmada por Jill Kreuer.
However, it was not just the outward constraints, the many insurmountable walls and doors, the physical strength of the kidnapper, which prevented me from attempting escape. The cornerstone of my mental prison, from which I was less and less able to break away over the course of my imprisonment, had already been laid. I was intimidated and fearful. 'If you cooperate, nothing will happen to you.'