Este libro lo tenía todo para gustarme: la trama prometía, lo firma un autor de terror reconocido, la cubierta es de lo más sugerente y me hizo muchísima gracia la frase que acompaña a la imagen de cubierta: «Deberían haberse ido a Las Vegas»:
Además, lo empecé a leer en un viaje a Noruega y me pareció que no podía haber escogido mejor lectura. Una noche estaba en una cabaña del año 1900 perdida en medio de una montaña, en un bosque impenetrable de pinos, y el baño estaba en una caseta desvencijada al otro lado de un prado. Allá que me fui yo a las once y media de la noche, entre la luz grisácea que hay en Noruega a esas horas en pleno julio, pensando que de la espesura de aquel bosque silencioso me iba a salir un bicho como el que se pasea por las páginas de este libro... La mejor ambientación posible, ¿no?
La lectura empezó potente. Cuatro ingleses treintañeros, amigos desde hace quince años, deciden irse de senderismo y acampada por una zona de Suecia bastante septentrional. Sin embargo, dos de ellos no están del todo preparados para una aventura de estas características y enseguida empiezan a mostrar una baja forma física. Ante este imprevisto, el líder del grupo, Hutch, decide improvisar un atajo y adentrarse por un bosque virgen con el que deberían ahorrar algunos días de caminata. Una idea brillante, ¿no? No.
Al poco de adentrarse, descubren un animal muerto, destripado, colgado entre las ramas altas de unos árboles. Los cuatro se quedan desconcertados ante esa visión: no creen que ningún animal haya sido capaz de hacer algo así, de colgar esos restos animales a tanta altura y de esa forma... casi como exhibiéndolo. Pese a este encuentro que los deja confusos y asustados, Hutch decide proseguir por el bosque, que parece que va conduciéndolos hacia la espesura y en dirección contraria a la que realmente tienen que seguir. En pocas horas se encuentran perdidos y con la sensación de que algo extraño acecha en el bosque. Encima, empiezan a surgir roces entre ellos, se echan en cara cosas del pasado y las tensiones van en aumento.
El primer tercio del libro me enganchó mucho; las dinámicas entre los cuatro amigos me gustaron y Nevill describe muy bien el ambiente en el bosque, el musgo gris y verde, la humedad por doquier, esa lluvia inclemente, la hostilidad de un monte que parece que tiende hacia ellos ramas y tocones como si fueran manos que arañan y golpean a los caminantes. Y, desde luego, me metí totalmente en la historia después de haber visto aquellos impenetrables bosques noruegos. En algunos de ellos los pinos crecen tan juntos que forman una maraña imposible de traspasar, así que en ese sentido desde luego me metí en la piel de los cuatro amigos, que quieren avanzar en una determinada dirección y el bosque les cierra el paso.
Sin embargo, llega un momento en que la narración se hace un poco repetitiva; cuando ya parece que todo tiene que terminar, miras el libro y ves que aún te quedan unas 200 páginas, así que es inevitable preguntarse qué se va a sacar Nevill de la manga. Y lo que ocurre es que empieza una segunda parte que me ha parecido una ida de olla total. Casi se podría decir que son dos novelas diferentes y, francamente, el libro se podría haber quedado en la primera mitad y habría sido redondo. Esta segunda parte, en la que los antagonistas son tres adolescentes obsesionados con el black metal, no ha terminado de convencerme; no es que la idea fuera mala, pero me ha parecido muy falta de ritmo, muy repetitiva. Con cien páginas menos se podría haber contado lo mismo.
En definitiva, un libro que empecé con muchas ganas y que para mí va de más a menos, con lo que lo he terminado un poco decepcionada. De momento no me quedan muchas ganas de seguir leyendo a Adam Nevill, aunque no descarto ver la peli de Netflix que hicieron sobre este libro, que al parecer aguanta el ritmo mucho mejor.
¿Habéis visto la película? ¿Os llaman este tipo de libros? A mí el folk horror, que es el género en el que encaja en concreto este libro, no es el que más me gusta, pero tenía grandes esperanzas en esta lectura y no he acertado del todo. Lástima...