En los últimos años, Domingo Villar ha sido uno de los nombres más importantes en el panorama de las novelas policiacas. Todo un éxito de ventas, sus dos libros sobre el inspector Leo Caldas se han traducido a multitud de idiomas y los admiradores de la saga no paran de preguntar cuándo se publicará el tercero. Debería haber salido ya el año pasado, pero Villar se está tomando el tiempo que necesita para dejar la novela redonda sin ceder a las presiones del mercado editorial, en el que parece que siempre impera la prisa. Saber eso no hizo sino aumentar mi simpatía por este autor, pues me disgusta bastante esa afición que tienen algunos escritores (no daré nombres, je, aunque ya he comentado algún caso antes en el blog) de escribir novelas como churros aprovechando el tirón de su efímera fama, a costa de dejar a un lado la calidad.
El caso es que aún no tenemos tercera novela de Leo Caldas, pero se puede ir abriendo boca con las dos que hay ya en el mercado: Ojos de agua y La playa de los ahogados. Leo Caldas es un inspector de policía lacónico, solitario, que tiende a esconder su timidez tras la cortina de humo de un cigarro y que siente auténtico disfrute ante un plato de percebes gallegos. Aparte de ser inspector de policía, ejerce también como Patrullero en las ondas en un programa de radio de Onda Vigo, donde escucha las quejas de los oyentes y trata de solucionarlas, aunque él aborrece que la gente de a pie le reconozca al instante solamente por el programa de radio. Trabaja junto al agente Rafael Estévez, un zaragozano que ronda el metro noventa, con buen corazón pero de maneras algo agresivas en ocasiones, a quien exasperan las maneras de los gallegos, que nunca dan una respuesta clara a una pregunta.
Vigo y los pueblos y playas de los alrededores son los escenarios en los que transcurre la acción, y la geografía, la comida, las costumbres y las maneras de ser de los gallegos son tanto o más protagonistas que los crímenes que Leo Caldas tiene que resolver, y ahí radica en mi opinión el encanto de estas novelas. Cuando te sumerges en sus páginas crees estar recorriendo las costas de Galicia, viendo en el horizonte las islas, comiendo en sus tascas y hablando con los lugareños.
Paso ahora a hablar de las dos novelas publicadas: Ojos de agua, que el propio autor tradujo del original en gallego, cuenta la historia de Luis Reigosa, un saxofonista de ojos de un azul muy claro —«ojos de agua»— con una vida discreta y solitaria, que un día aparece muerto en su casa en lo que parece claramente un crimen pasional. En La playa de los ahogados, la trama arranca con la aparición de un marinero ahogado en una de las playas cercanas a Vigo. Todo apunta a un suicidio, pero poco a poco Leo Caldas empieza a desenterrar el pasado y tendrá que remontarse muchos años atrás para empezar a arrojar luz sobre este crimen.
Ojos de agua puede ser una buena introducción a las aventuras de Caldas, si bien La playa de los ahogados es una novela en mi opinión mucho más trabajada, con una trama compleja y elaborada que se desarrolla a lo largo de 445 páginas (frente a las 187 de Ojos de agua). Si la primera novela es buena, la segunda la recomiendo sin ambajes. Uno de los puntos que más me han gustado es la evolución de Rafael Estévez: del agente sin paciencia ni control con un punto de psicópata que se retrataba en Ojos de agua al gigantón atolondrado y brutote, pero de buen corazón, que es en La playa de los ahogados. Resulta todo un acierto haberle matizado el carácter un poco. En cuanto a Caldas, al principio pensaba que su carácter lacónico (su respuesta favorita es "Ya."…) iba a hacer que no me cayera del todo simpático, pero no es así: es un personaje muy humano que visita a su padre viudo cuando puede y se atormenta por la sombra de un amor que se fue no hace mucho.
Si os gustan las novelas policiacas, sin duda pasaréis un buen rato entre las páginas de estos libros, y si queréis conocer un poco más el día a día gallego también: yo me llevé La playa de los ahogados a mis vacaciones en Vigo (era la primera vez que pisaba tierras gallegas) y no pude haber escogido una compañía mejor.
La isla de Toralla con su pequeño atentado ecológico: una torre de apartamentos de 70 metros de altura, donde se desarrolla parte de la acción de Ojos de agua. |