Desde que descubrí esta novelita quise leerla, porque, admitámoslo, ¿quién no ha pasado una tarde así, conjeturando acerca de un determinado hecho amoroso y dejándose llevar cada vez más lejos por la imaginación (y alejándonos cada vez más de la razón)? No me ha defraudado en absoluto, porque el estilo de la autora, que escribe cartas a su amante pero que en ocasiones parece que apela directamente a cada uno de los lectores, engancha desde la primera página. Sin embargo, me había hecho una idea equivocada porque pensaba que, en ese lapso de veinticuatro horas, la narradora no recibía ninguna información del exterior y todo lo que plasmaba en las cartas era fruto de sus conjeturas. Pero no es así: llega incluso a salir de su casa para recabar una valiosa información y al final recibe noticias que aclaran el desenlace de la historia. Yo pensaba que el lector se quedaría sin saber lo que ocurría al final y debo decir que quizá habría sido un final más acertado. De todas formas, la novela me ha encantado y me gustaría releerla de nuevo, esta vez de un tirón, porque es perfectamente factible y un plan ideal para una tarde de verano.
En cuanto a la autora, Constance de Théis nació en Nantes en 1767 y recibió una excelente educación: empezó a ser conocida por sus poemas ya desde los 18 años. Se casó en segundas nupcias con Joseph de Salm-Reifferscheidt-Dyck, que más adelante sería nombrado príncipe de Salm por el rey de Prusia, por lo que Constance acabaría recibiendo el título de princesa de Salm-Dyck en 1816. Organizó en su casa de París un salón literario de ideología liberal donde recibió a nombres como Alejandro Dumas o La Fayette. La guerra le obligó a retirarse al castillo de su esposo en Renania, donde contó con el tiempo y la calma necesarios para concluir esta novela.
Dejo para terminar dos fragmentos de la novela. En el primero la propia autora describe su novela brevemente; el segundo forma parte de una de las cartas y da una idea del tono que emplea la narradora:
«[Esta pequeña novela] La empecé hace más de veinte años. Le daba, a la sazón, y sigo dándole, poca importancia. Sometiéndome a la ley de no escribir ni una sola palabra que no estuviese dictada por el sentimiento o por la pasión, haciendo sentir, en el breve espacio de veinticuatro horas, a una mujer vivaz y sensible todo lo que el amor puede inspirar de embriaguez, de turbación y, sobre todo, de envidia, tan solo quería hacer una novela sobre una idea que me gustaba, dando con ella respuesta a algunas recriminaciones que me habían sido dirigidas acerca del tono serio y filosófico de buena parte de mis libros.»
«¡El amor…! ¿Qué es el amor…? Un capricho, una fantasía, una sorpresa del corazón, tal vez de los sentidos; un encantamiento que se derrama sobre los ojos, fascinándolos, que se apega a los rasgos, a las formas, a la vestimenta incluso de un ser que solo el azar nos lleva a encontrar. ¿Que no lo encontramos? Nada nos advierte de ello, nada nos turba… Seguimos viviendo, existiendo, buscando placeres, encontrándolos, proseguimos con nuestra carrera como si no nos faltara ¡nada! El amor no es, pues, una condición inevitable de la vida, no es más que una circunstancia de ella, un desorden, una época… Pero ¿qué estoy diciendo? ¡Es una desgracia! Una crisis… una crisis terrible… que se pasa, y eso es todo.»
Título: Veinticuatro horas en la vida de una mujer sensible | Autora: Constance de Salm
Fecha inicio: 28.04.2011 | Fecha fin: 06.05.2012
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