Una noche, exactamente siete minutos pasada la medianoche, Conor recibe la visita de un monstruo en su dormitorio.
Sin embargo, no es este el monstruo al que él teme. A quien tiene miedo en realidad es al otro monstruo, el que ve todas las noches en una vívida pesadilla, el que hace que se despierte gritando aterrorizado y empapado en sudor. La pesadilla que tiene desde que su madre comenzó el tratamiento en el hospital.
El monstruo que visita ahora a Conor, y a quien volverá a ver en noches y días sucesivos, quiere hablar. Tiene algo que contarle, tres historias, y cuando termine querrá escuchar una historia de boca de Conor.
Querrá escuchar la verdad.
Una verdad que Conor no piensa contarle a nadie por nada del mundo.
De este libro solo puedo decir una cosa: maravilloso. Trata los temas del miedo, la soledad, la pérdida y la esperanza de una manera magistral, cruda, valiente y tremendamente emotiva. Buena parte del protagonismo se lo llevan las ilustraciones de Jim Kay, que reflejan a la perfección el mundo de pesadilla en el que parece haberse sumergido Conor. La narración es muy sencilla y el libro es breve (algo más de 200 páginas), pero a veces no hace falta más para componer una buena historia, ¿verdad?
Prefiero no desvelar nada más de la trama porque este es uno de esos libros que se disfrutan más cuanto menos se sepa a priori. Solo añadiré que engancha desde la primera página y ya no se pueden parar de leer.
También debo decir que yo con este libro lloré lo que no está escrito y que remueve una serie de sentimientos a los que algunas personas quizá no se quieran enfrentar. Pese a que lo encuentro un libro brillante, lo recomendaría con cautela por este motivo.
Para mí, desde luego, ha ocupado desde ya un sitio privilegiado en mi biblioteca.
20 de marzo de 2013
12 de marzo de 2013
Luto de miel
El comisario Franck Sharko todavía no se ha recuperado del suceso que sacudió los cimientos de su vida un año atrás: su mujer y su hija perdieron la vida en un accidente. Debe tomar pastillas para mantener los nervios bajo control y lucha día a día por salir del fondo del pozo en el que se encuentra, y también por superar un infinito sentimiento de soledad. En ese preciso momento de su vida, en el que no está ni mucho menos al cien por cien, tiene que enfrentarse a uno de los casos más escabrosos de su carrera: una mujer aparece muerta en una iglesia, desnuda y rodeada de símbolos que, poco a poco, van guiando al comisario y a su equipo en la dirección que pretende el asesino. No obstante, los cadáveres siguen apareciendo y ninguna pista concluyente les conduce hasta él.
En la reseña de Mala hostia, que publiqué hace unos días, decía que en la trama no había grandes sorpresas ni ocurrencias brillantes del protagonista, pero que igualmente se sustentaba a la perfección. Bueno, pues esta novela es todo lo contrario: la típica en que cada capítulo se cierra con un descubrimiento del comisario que deja a todo el mundo deslumbrado y les permite seguir avanzando en la pista correcta. Al final ya se me hacía cansino, y además llega un momento en que tanta brillantez ya no es creíble…
La verdad es que no me ha parecido una gran novela. El estilo del autor es un poco pesado: no conduce demasiado bien la trama y en algunos fragmentos iba un poco perdida. Además, hace un uso exagerado de los puntos suspensivos. Todo el mundo habla con puntos suspensivos, y corta las frases de manera inverosímil («¿Qu… quiere?», ¿quién demonios habla así? ¡Es imposible de pronunciar! Aunque eso es más bien problema de la edición, que luego comentaré…).
La trama es muy grandilocuente, llena de giros inesperados, de datos, de descubrimientos brillantes, como digo, pero en un momento determinado uno ya no se cree que el comisario interprete correctamente todas las pistas, una tras otra. Además, llega un punto en que la narración se pone desagradable, sin más, así que ni siquiera es una novela que haga pasar un buen rato. La pondría sin dudar en la pila de novelas policíacas estándar: me ha parecido que no destaca en absoluto y no entiendo la fama que precede a su autor, que parece ser que vende en Francia todo lo que quiere.
Y qué decir de la edición en español… La verdad es que al principio pensaba que era el estilo del autor, confuso, raro. Sin embargo, después de ver la versión en español llena de erratas no tengo dudas de que la traducción ha tenido mucho que ver. A la edición de Edhasa le hace falta una corrección a fondo. Hay erratas como «moldes de hieso» (por «yeso», imagino), «negruzno» (por «negruzco») o «convalescencia» que no sé yo de dónde se los habrá sacado la traductora (y juraría que también leí que llamaba «ambulancieros» a los conductores de ambulancias). Sin embargo, lo peor es que hay frases que no se entienden, que no quieren decir nada: «Todo el propóleos no les estaba destinado», «el corazón me subió rápidamente al rojo», «y consumamos buena esfinge de la calavera»… Por no hablar de una que me pareció graciosa: el protagonista ve asomar «la hoja de una pistola» (?), que tres líneas más abajo es una navaja y ocho líneas después, un cuchillo. En fin...
No tengo más que añadir. He acabado esta lectura tremendamente decepcionada y no me ha aportado nada en absoluto. Para lo que pueda servir.
En la reseña de Mala hostia, que publiqué hace unos días, decía que en la trama no había grandes sorpresas ni ocurrencias brillantes del protagonista, pero que igualmente se sustentaba a la perfección. Bueno, pues esta novela es todo lo contrario: la típica en que cada capítulo se cierra con un descubrimiento del comisario que deja a todo el mundo deslumbrado y les permite seguir avanzando en la pista correcta. Al final ya se me hacía cansino, y además llega un momento en que tanta brillantez ya no es creíble…
La verdad es que no me ha parecido una gran novela. El estilo del autor es un poco pesado: no conduce demasiado bien la trama y en algunos fragmentos iba un poco perdida. Además, hace un uso exagerado de los puntos suspensivos. Todo el mundo habla con puntos suspensivos, y corta las frases de manera inverosímil («¿Qu… quiere?», ¿quién demonios habla así? ¡Es imposible de pronunciar! Aunque eso es más bien problema de la edición, que luego comentaré…).
La trama es muy grandilocuente, llena de giros inesperados, de datos, de descubrimientos brillantes, como digo, pero en un momento determinado uno ya no se cree que el comisario interprete correctamente todas las pistas, una tras otra. Además, llega un punto en que la narración se pone desagradable, sin más, así que ni siquiera es una novela que haga pasar un buen rato. La pondría sin dudar en la pila de novelas policíacas estándar: me ha parecido que no destaca en absoluto y no entiendo la fama que precede a su autor, que parece ser que vende en Francia todo lo que quiere.
Y qué decir de la edición en español… La verdad es que al principio pensaba que era el estilo del autor, confuso, raro. Sin embargo, después de ver la versión en español llena de erratas no tengo dudas de que la traducción ha tenido mucho que ver. A la edición de Edhasa le hace falta una corrección a fondo. Hay erratas como «moldes de hieso» (por «yeso», imagino), «negruzno» (por «negruzco») o «convalescencia» que no sé yo de dónde se los habrá sacado la traductora (y juraría que también leí que llamaba «ambulancieros» a los conductores de ambulancias). Sin embargo, lo peor es que hay frases que no se entienden, que no quieren decir nada: «Todo el propóleos no les estaba destinado», «el corazón me subió rápidamente al rojo», «y consumamos buena esfinge de la calavera»… Por no hablar de una que me pareció graciosa: el protagonista ve asomar «la hoja de una pistola» (?), que tres líneas más abajo es una navaja y ocho líneas después, un cuchillo. En fin...
No tengo más que añadir. He acabado esta lectura tremendamente decepcionada y no me ha aportado nada en absoluto. Para lo que pueda servir.
10 de marzo de 2013
La rastreadora
Hoy toca publicar mi reseña de la lectura conjunta iniciativa de Xula en su blog Caminando entre libros, así que vamos allá. Antes de nada, gracias a Xula por organizarla y al autor, Antonio Lagares, por el libro.
Voy a empezar haciendo algo de lo que reniego habitualmente y es copiar el resumen que consta en Amazon. El motivo es asegurarme de que no destripo la trama y de que lo resumo sin equivocaciones, porque me ha costado seguirle el hilo. Esta es la sinopsis:
La mente es un laberinto sin salida para cualquier elemento perturbador que intente profanarla. Para Élyran, la rastreadora, no lo es. Ella consigue extraer de lo más profundo lo que nunca queremos recordar… Todo lo que tratamos de ocultar a nuestra conciencia.
Élyran tiene una nueva misión: rastrear la mente de Miguel, un vagabundo que permanece aferrado a estar siempre cerca de una iglesia ¿Lo logrará?
Luego de cuatro ediciones del libro Obsesión. Relatos entre el amor y el odio, el escritor español Antonio Lagares retoma con la novela La Rastreadora el tema de la porosa frontera de la mente humana entre el bien y el mal, entre la demencia y la cordura.
Las reseñas de este libro en la red eran todas muy positivas, incluso exaltadas, así que lo empecé con mucha curiosidad y muchas ganas. No obstante, me desinflé muy pronto: me temo que pertenezco a esa pequeña minoría que no ha conseguido cogerle el punto al libro. Le he puesto toda la voluntad del mundo, pero no he logrado engancharme ni cuando iba por la mitad: la trama me ha parecido confusa, quizá no muy bien conducida; el tema, raro, y no ha conseguido despertar en mí un verdadero interés; los diálogos, que abundan en el libro, son pesados como losas y muy, muy repetitivos; en cuanto a los personajes, no he empatizado con ninguno de ellos. Un poco antes de la mitad del libro ya estaba deseando terminarlo y pasar a otra cosa, y eso no es muy buen síntoma...
Como aspecto positivo puedo decir que el texto está corregido y muy pulido, ¡quizá más de lo que pulen sus textos algunas grandes editoriales! Esa es siempre la sospecha que tengo cuando me enfrento a un libro autoeditado como este, pero no: la labor de corrección ha sido cuidada. Sin ir más lejos, ahora estoy leyendo un libro de Edhasa que contiene bastantes más erratas.
Pese a que a mí no me ha gustado, lo que está claro es que la mayoría de las reseñas de esta novela que hay en la red son muy positivas, así que quizá sí lo recomendaría, y que cada uno juzgue por su cuenta.
3 de marzo de 2013
Lectura conjunta de «La rastreadora»
Ya estoy enfrascada en la lectura de La rastreadora, de Antonio Lagares, que voy a leer gracias al autor y a la lectura conjunta que ha organizado Xula en su blog Caminando entre libros. Para mí es toda una noticia porque es la primera lectura conjunta en la que participo en la red, así que ¡allá vamos! Mi reseña, el domingo que viene. Por cierto, me gusta saber de antemano lo menos posible de los libros que leo, así que disculpad si no leo ninguna de las demás reseñas hasta que termine, ¿vale?
¡Gracias, Xula, por incluirme en el reto!
¡Gracias, Xula, por incluirme en el reto!
Mala hostia
Atila se puede decir que es un detective de novela negra prototípico: cínico, mordaz, frío, amigo de la botella, con un seco humor negro, un corazoncito que en el fondo le brinca en el pecho y una comodidad absoluta a la hora de desenvolverse por el barrio chino de su ciudad (que en esta novela es Barcelona).
Nuestro detective tiene una precaria mesa en un locutorio, donde atiende a los clientes de medio pelo que puedan requerir de sus servicios. Un día le visita un peruano preocupado porque la chica que vivía con él, una bielorrusa llamada Galina, ha desaparecido. Lo cierto es que cuando Atila se pone a husmear empiezan a sucederse las muertes, pero no aparece ninguna pista concluyente. ¿Dónde está Galina? Las sospechas se centran en un club de carretera, donde Galina podría haber ejercido la prostitución, pero pronto las pistas empiezan a apuntar a otros derroteros.
Y así arranca una novela que he disfrutado mucho. Uno de los mejores puntos es que la trama no tiene que sustentarse a base de ingeniosos descubrimientos del protagonista. El mismo Atila admite en buena parte del libro que anda perdido, no sabe a dónde apuntan las pistas y no tiene ni idea de por dónde tirar. Y no pasa nada. La trama funciona igual sin esos golpes de adrenalina que tanto abundan en otras novelas.
Lo personajes –también los secundarios– son todos geniales: me han encantado Carrito, Valentina, Lena y Silvina. ¡Parecen tan reales! Y hay historias de amor con un tremendo tinte de realidad, no esas con heroínas prototípicas, sin mácula y desustanciadas que parecen sacadas, como mencionaba en mi anterior reseña, de una peli de Disney. Estas historias de amor, por cierto, tienen como banda sonora los tangos de Gardel, y francamente no se me ocurre un mejor hilo conductor para ellas.
Debo decir también que al principio la historia no me acababa de enganchar, sobre todo porque la puntuación del libro me parece floja y a la edición se le han colado más erratas de lo que sería deseable. Y confieso que me costó meterme en la forma de contar las cosas del autor. Sin embargo, hacia la mitad (es un libro finito) la narración coge una inusitada fuerza y la verdad es que prácticamente consiguió que me olvidara de la ausencia casi total de puntos y coma.
El año pasado salieron al mercado otros dos libros con Atila de protagonista: Un buen lugar para reposar (por el resumen que han publicado en la web de la editorial tiene muy buena pinta) y Ruido de cañerías. ¡Tantos libros y tan poco tiempo! Pero sí, me gustaría seguir leyendo a Atila… Y, hablando de eso, el autor dice aquí que el personaje da para bastante, así que parece que tendremos Atila para muchos libros más. ¡Que así sea!
Termino con una reflexión que hace el autor en la novela hablando del Raval de Barcelona, el barrio en el que transcurre la trama, y que me parece de lo más acertada:
«El barrio está en transformación permanente, se derriban casas vetustas y las callejas estrechas se llenan de bares de diseño y pubs de moda, que a partir de la tarde noche se llenan de gente guapa, especialmente jóvenes universitarios de ideas avanzadas, liberales que se mezclan con placer con sus hermanos menos favorecidos venidos de tierras menos afortunadas. Ellos son los que viven hacinados en los pisos miserables que están sobre los bares de diseño que abarrota la gente guapa.
Luego la gente guapa se va y los otros se quedan.»
Nuestro detective tiene una precaria mesa en un locutorio, donde atiende a los clientes de medio pelo que puedan requerir de sus servicios. Un día le visita un peruano preocupado porque la chica que vivía con él, una bielorrusa llamada Galina, ha desaparecido. Lo cierto es que cuando Atila se pone a husmear empiezan a sucederse las muertes, pero no aparece ninguna pista concluyente. ¿Dónde está Galina? Las sospechas se centran en un club de carretera, donde Galina podría haber ejercido la prostitución, pero pronto las pistas empiezan a apuntar a otros derroteros.
Y así arranca una novela que he disfrutado mucho. Uno de los mejores puntos es que la trama no tiene que sustentarse a base de ingeniosos descubrimientos del protagonista. El mismo Atila admite en buena parte del libro que anda perdido, no sabe a dónde apuntan las pistas y no tiene ni idea de por dónde tirar. Y no pasa nada. La trama funciona igual sin esos golpes de adrenalina que tanto abundan en otras novelas.
Lo personajes –también los secundarios– son todos geniales: me han encantado Carrito, Valentina, Lena y Silvina. ¡Parecen tan reales! Y hay historias de amor con un tremendo tinte de realidad, no esas con heroínas prototípicas, sin mácula y desustanciadas que parecen sacadas, como mencionaba en mi anterior reseña, de una peli de Disney. Estas historias de amor, por cierto, tienen como banda sonora los tangos de Gardel, y francamente no se me ocurre un mejor hilo conductor para ellas.
Debo decir también que al principio la historia no me acababa de enganchar, sobre todo porque la puntuación del libro me parece floja y a la edición se le han colado más erratas de lo que sería deseable. Y confieso que me costó meterme en la forma de contar las cosas del autor. Sin embargo, hacia la mitad (es un libro finito) la narración coge una inusitada fuerza y la verdad es que prácticamente consiguió que me olvidara de la ausencia casi total de puntos y coma.
El año pasado salieron al mercado otros dos libros con Atila de protagonista: Un buen lugar para reposar (por el resumen que han publicado en la web de la editorial tiene muy buena pinta) y Ruido de cañerías. ¡Tantos libros y tan poco tiempo! Pero sí, me gustaría seguir leyendo a Atila… Y, hablando de eso, el autor dice aquí que el personaje da para bastante, así que parece que tendremos Atila para muchos libros más. ¡Que así sea!
Termino con una reflexión que hace el autor en la novela hablando del Raval de Barcelona, el barrio en el que transcurre la trama, y que me parece de lo más acertada:
«El barrio está en transformación permanente, se derriban casas vetustas y las callejas estrechas se llenan de bares de diseño y pubs de moda, que a partir de la tarde noche se llenan de gente guapa, especialmente jóvenes universitarios de ideas avanzadas, liberales que se mezclan con placer con sus hermanos menos favorecidos venidos de tierras menos afortunadas. Ellos son los que viven hacinados en los pisos miserables que están sobre los bares de diseño que abarrota la gente guapa.
Luego la gente guapa se va y los otros se quedan.»
Suscribirse a:
Entradas (Atom)