A partir de ahora contaré toda la verdad. A partir de ahora todo lo que cuente será verdad. Me diréis, no me lo creo.
Qué fácil sería no tragarse el horror o pensar que solo puede afectar a los otros.
Eso a mí no me pasaría.
Yo no lo aguantaría.
Cómo puedes permitir que alguien te haga algo así.
Yo me encontraba entre vosotros, antes, en el grupo que desprecia a los débiles. En el que los considera culpables. Cómplices.
¿Qué es la debilidad?
¿Y por qué tengo que contar ahora la verdad? ¿Por qué no antes?
No tenéis ni idea de lo que es el miedo a que alguien te persiga. No habéis tenido que cambiar de nombre, de país, de idioma. No sois yo, aunque yo sí era una de las vuestras.
¿Qué tiene una planta carnívora que no tengan las demás?
Pensad.
Es más vistosa.
Más difícil de cultivar.
Pensad.
La planta carnívora tiene movimiento propio. Deglute. Atrapa presas vivas. Cuando hacen contacto, activa la trampa. Y las encierra en su interior si están el tiempo suficiente a su alcance.
Esta es la primera página del libro y recuerdo que estaba en la calle esperando a alguien cuando la leí. Me quedé cautivada, enganchada, y ya no deseé otra cosa que llegar a casa y seguir leyendo compulsivamente este librito.
La planta carnívora habla de una relación de abusos y maltratos entre dos mujeres desde el punto de vista de la víctima, Andrea, a manos de su pareja, Ibana. La autora hace una analogía con una planta carnívora para explicar cómo se vio atrapada en una relación así: al principio te ves atraída por sus llamativos colores. Enseguida, antes de que te des cuenta, la planta se ha cerrado a tu alrededor, sus zarcillos te han atrapado y te ve envuelta en sus jugos digestivos. Cuando la planta te ha digerido, espera tranquilamente a su próxima presa. Así se siente Andrea.
Cuando pensamos en una relación tóxica nos viene a la cabeza el maltrato físico, y sin embargo este libro deja patente que todo empieza mucho antes, con el maltrato psicológico: pequeños desprecios, silencios, plantones, comentarios que van minando tu seguridad, aislamiento del entorno. Llega un momento en que solo quieres evitar el conflicto a toda costa, un conflicto que se cierne sobre ti igualmente, porque eso es lo que la maltratadora quiere: imponer esa relación de poder, dominación y sumisión sobre la otra. Y qué bien lo refleja esta lectura.
Es un libro muy breve formado por una red de capítulos también cortos, de apenas un par de páginas, y todos llevan el mismo número: el I, para reforzar esa sensación de laberinto, de que no se avanza y es imposible salir de ahí, de que una es una presa. Y en los relatos se narran episodios del día a día, sobre todo aquellos que llevaban a la inevitable tormenta y que casi siempre empiezan con un comentario nimio, casual, que para Andrea ya no es tan casual porque sabe que cualquier cosa que diga jugará en su contra. Al principio cuesta un pelín meterse en la historia porque la narradora va contando sus recuerdos tal cual, intercalando las conversaciones de una y otra directamente, tal como las recuerda, sin rayas de diálogo ni nada.
La verdad es que no tengo hambre.
Tarde de películas ante la chimenea. No me dejaba leer. Estás ausente cuando lees, me decía. De manera que cine. Tenía el estómago cerrado, sin ganas de cenar. Recuerdo mi miedo a la hora de expresar la falta de hambre. Recuerdo mi miedo.
No lo sé, quizá he comido demasiado al mediodía.
O sea, que tengo que cenar sola. No comerás nada porque no quieres y no podemos tener una tarde de domingo completa y en paz porque resulta que la señora dice que no le apetece cenar.
Pero si igual estoy aquí, pendiente de ti.
Lo haces para fastidiarme.
Por favor, Ibana, no empecemos, déjame respirar.
¿Que te deje respirar? Mira cómo te dejo respirar ahora mismo. Todo tu aire de mierda te vas a quedar.
Es un libro que se lee con el corazón encogido porque describe con mucho acierto esas pequeñas situaciones cotidianas que de un modo u otro todos podemos reconocer, incide mucho en el tema de la culpa y también habla del «espectador», esas personas que lo ven desde fuera y piensan que nunca les pasará a ellos. «Yo no lo aguantaría». Ese es precisamente el tema, que uno se ve involucrado en una relación así y sin hallar la salida de la forma más casual; le puede pasar a cualquiera.
Todo es fragmento. No hay orden. En la prisión se pierde la noción del tiempo. Todo es igual. Pero cuando llegamos al tercer año supe que me encontraba justo en el momento anterior a ser devorada.
Eso es el terror. Y el terror te paraliza.
El libro lo escribe Flavia Company bajo el heterónimo de Andrea Mayo, uno de los muchos personajes creados por la autora. Está tan bien contado que, durante la lectura, me daba la impresión de que la autora hablaba en primera persona, aunque lo cierto es que esta novela no es autobiográfica.
Una cosa más que destaca de este libro es que oculta nueve microrrelatos independientes, detrás de sendas ilustraciones, que giran en torno a las diferentes fases del maltrato (crueldad, ira, abuso, violencia, aislamiento...). Una lectura que no es fácil, sobre todo cuando captas escenas aquí y allá en las que te ves reflejada, pero que considero totalmente necesaria. Uno solo quiere leer y leer para ver si finalmente Andrea logra salir del laberinto. La empatía hacia Andrea es brutal, solo a la altura del odio que una llega a sentir hacia Ibana, la iguana que te devora.
Gracias a la Editorial Comba y a Masa Crítica de Babelio por el ejemplar.
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La autora, Andrea Mayo / Flavia Company. |