Este libro me marcó de adolescente y hoy, veinte años después de leerlo por primera vez, sigue gustándome como el primer día.
La vida sale al encuentro narra precisamente esa etapa: el paso de la infancia a la edad adulta de un joven de quince años y los bandazos que se producen a esa edad incierta en la que uno ya no es niño pero tampoco ha alcanzado la madurez todavía.
Ignacio Sáez de Ichaso es un joven gallego que vive, en 1950, en el seno de una familia muy acomodada y profundamente religiosa. Su padre es un marino experimentado, Segundo en la Escuela Naval, e Ignacio ha heredado su pasión por el mar. Tiene dos hermanos: Mito, con quien mantiene las trifulcas propias de hermanos adolescentes, y Cheché, el pequeño, que sufrió una enfermedad con 7 años que lo dejó inválido de una pierna. Es conmovedora la relación entre Ignacio y Cheché, que se compenetran a la perfección y se protegen mucho el uno al otro. Además está Patri, su prima hermana, y Karin, una chica alemana de la misma edad que Ignacio que vive con la familia de Patri desde que ella quedara huérfana años atrás.
En paralelo, vivimos el año escolar de Ignacio, que pasa interno en un colegio jesuita. Allí el lector sigue sus andanzas, peleas y travesuras en compañía de los amigos: el incondicional Pancho, Azufre, Héctor, Jaime... Ignacio se ve arropado por el Padre Urcola, amigo de la madre de Ignacio desde la juventud y que asume el papel de educar a Ignacio y ayudarle en ese paso de niño a hombre en un año en el que, además, tendrá que enfrentarse a la experiencia más dura de su vida.
Lo que hace este libro especial es el vibrante tono narrativo que emplea el autor. Ignacio es un personaje impulsivo, apasionado, incapaz de controlar los bandazos que pega su carácter, pero con un corazón de oro. Para mí, este ritmo narrativo que impone el protagonista y su manera tan peculiar de contar las cosas, de escribirlas, hacen de esta lectura algo adictivo. Y eso que esta es la quinta o la sexta vez que lo devoro… Otro recurso que me parece precioso es el uso constante de metáforas acerca de la mar que emplean todos los personajes: es, en efecto, un libro muy marinero. Hay párrafos enteros (como el que describe el naufragio que vivió un personaje, el Grumete) que habrían sido imposibles de describir tan al detalle para alguien ajeno al mundo del mar. Y es que hay mucho del autor en este libro: José Luis Martín Vigil estudió con los jesuitas de su ciudad natal, Oviedo, y luego Ingeniería Naval; con 29 años ingresó en la Compañía de Jesús y se ordenó sacerdote en 1953 (años después lo abandonaría). Este libro se inspiró en su experiencia como educador durante dos años en el colegio Apóstol Santiago de Vigo, el mismo en el que se desarrolla la trama de este libro. De hecho, todo apunta a que el Padre Urcola es el álter ego del autor.
Evidentemente no es un libro que vaya a gustar a todo el mundo, porque algunos detalles hoy suenan tremendamente pasados de moda, en concreto los que conciernen a la religión (chavales de 15 años rezando de rodillas a los pies de su cama...). Sin embargo, lo que resulta realmente atemporal en esta historia es la forma que tiene Martín Vigil de tratar los sentimientos: el amor, la nobleza, la lealtad incondicional a los amigos o los grandes ideales de la adolescencia. Puede que este libro guste más o menos, pero lo que resulta innegable es que Martín Vigil sabía construir personajes y narrar historias.
«– Mira en torno, Nacho, sin salir de la División… Unos más, otros menos, pero todos, hombreando un poco, cada cual a su manera; según su audacia y posibilidades. No lo dudes. ¿Palabras un tanto fuertes…, tacos declarados…, vocabulario grueso?: afán de ser hombre. ¿Ademanes de
gangster…, andar cachazudo…, posturas de galería?: afán de ser hombre. ¿Fumar, fumar para los que miran…, fumar a destajo?: afán de ser hombre. ¿Alardear, yo vi…, yo leí…, yo hice?: afán de ser hombre. Lo vas a entender. Despierta en vosotros la virilidad, y está bien; pero despierta dando aldabonazos. En un momento queréis liquidar la infancia, que aún está presente en muchas cosas, créeme; y en el afán por ser hombres que os acomete, no vais a la raíz; no ponéis los cimientos, no. Miráis en torno y veis hombres hechos ya. Los veis y os lanzáis a imitarlos. ¿Pero, qué imitáis?… Imitáis cuatro exterioridades que os entran por los sentidos… los modales, el vocabulario, los pitillos. Y ¿eso es ser hombre?… Piensa esto: entonces yo, nosotros, ¿no somos hombres?»
«No me vieron llegar. Caí como un tigre sobre el primero, y volviéndolo de un tirón de izquierda, le encajé, en corto, un directo al ojo, que creí sacarle el puño por la nuca. Me fui entonces a los otros como un jabato. Ellos se las piraban a vela llena, y uno de los dos, un Freire, tiró el bastón para correr mejor. Yo, la verdad, es que entonces no pensé nada, pero en cuanto agarré el bastón, allá le fue como un venablo. Eso, el que le pegara en la cabeza con la contera, no lo pude calcular yo. Entonces vino el revuelo, porque había sangre y ya se sabe.Lo vi que sangraba, pero estaba yo de buen humor para amedrentarme.»
«– Hoy es un día grande para ti. Tienes a proa un rumbo arduo y difícil. Tienes buena brújula para seguirlo. No te falta brazo para dominar la rueda. El puerto que pretendes depende de tu esfuerzo para mantenerte en ruta… Ya lo entiendes. Es un viaje de años, para desembarcar con un carácter, una carrera, una integridad… ¿Comprendes todo esto tú, Ignacio?»