Un buen día —el mejor de todos los días del año: la víspera de Navidad—, el viejo Scrooge trabajaba afanosamente en su despacho. El tiempo era frío, áspero, destemplado y, además, brumoso; y él podía oír cómo las gentes que iban y venían por la plazuela jadeaban, se golpeaban el pecho con las manos y zapateaban sobre las piedras del pavimento para entrar en calor. Los relojes de la ciudad acababan de dar las tres, pero la oscuridad era ya completa: no había luz diurna, y las velas brillaban en las ventanas de las oficinas próximas como manchas rojizas en el aire espeso y oscuro.
Hace unos años llegó a mis manos una preciosa edición no venal bilingüe de Canción de Navidad, pero es una historia que no puede leerse en cualquier momento. No, quería empezar a leerla los días previos a la Navidad, y si era en Nochebuena mejor que mejor. Tras varios años sin encontrar hueco (diciembre suele ser infernal de trabajo y ajetreos varios), esta vez sí encontré el momento y acabo de terminarlo, justo la noche de Navidad.
Y qué razón tenía quien decía que es la lectura perfecta para estas fechas. Evoca a la perfección el espíritu navideño, el amor, el optimismo, la alegría, las buenas acciones... ¡e incluye un pavo que podría alimentar a una familia de 15 personas! Pero claro, no todo el mundo tiene ese espíritu navideño, así que la historia nos presenta a Scrooge, un avaro cascarrabias con un corazón de piedra que ha olvidado ese espíritu y que se complace en tratar mal a los demás y en acumular moneda tras moneda... hasta que recibe la visita de cuatro fantasmas (Marley incluido). Me ha encantado el ambiente que crea Dickens a lo largo de la novela, sobre todo con el fantasma de Marley y el del futuro: un ambiente gótico tremendamente conseguido que engancha hasta el final, y eso desde la primera y enigmática frase: «Marley estaba muerto; eso para empezar. No cabe la menor duda al respecto. El clérigo, el funcionario, el propietario de la funeraria y el que presidió el duelo habían firmado el acta de su enterramiento». También me ha gustado el retrato que pinta Dickens del día a día en aquella época, el frío que se cala hasta los huesos desde las primeras escenas, la alegría de las gentes humildes, la transformación de Scrooge... Es una novela redonda en muchos aspectos.
Aparte de la historia en sí, que tiene todos los ingredientes para que a uno le entre el espíritu navideño, lo que más me ha gustado es el lenguaje que usa Dickens; además, con esta edición bilingüe, que presenta original y traducción en paralelo, he podido analizarlo en detalle. Me han gustado los diálogos, rápidos y con frases memorables que tan bien se han adaptado luego al cine y al teatro, y los toques de humor y juegos de palabras que introduce Dickens aquí y allá. Es verdad que a veces se va un poco por las ramas con determinadas anécdotas, pero en conjunto es un libro que se lee fácilmente de Nochebuena a Navidad y condensa a la perfección esas características que la Navidad exacerba pero que todos los Scrooge deberían buscar también el resto del año; desde luego, resulta fácil entender por qué esta novela se convirtió en un clásico.
Una lectura ideal para diciembre que no dudaré en repetir otro año.