28 de abril de 2014

Intemperie

Mientras rebañaba su cuenco, pensó que era la primera vez que tomaba algo caliente desde que había salido de su casa dos noches atrás y que también era la primera vez en su vida que comía en compañía de un desconocido. Allí, con el cuenco entre las manos, se dio cuenta de que no había previsto contingencias tan básicas como la falta de alimentos o las verdaderas condiciones de vida que imponía un llano como aquél. En sus cálculos tampoco entraba la idea de tener que pedir ayuda a alguien y, mucho menos, hacerlo tan pronto. En realidad, no había preparado su marcha. Simplemente, un día, una gota derramó un caldero. A partir de ese momento, brotó en él la idea de la fuga como una ilusión necesaria para poder soportar el infierno de silencio en el que vivía. Una idea que se empezó a formar en su mente en cuanto su cerebro estuvo listo para albergarla y que ya no le abandonó nunca más. Salvo el morral y la precaución de escapar en una noche sin luna, no había hecho ningún otro preparativo ni cálculo. En todo caso confiaba en sus conocimientos para abrirse paso con mayor soltura. Al fin y al cabo, él era tan hijo de aquella tierra como las perdices y los olivos.

Un chico, una fuga, una llanura inacabable, un sol inclemente, la sed, el miedo, la desconfianza, la exacerbación de sentimientos y la vida reducida a las necesidades físicas fundamentales. De los personajes de este libro nunca llegaremos a saber el nombre, como tampoco el de los lugares que transitan. Se puede intuir que es Andalucía, o Extremadura, la tierra del autor, o quizá la meseta castellana; en cuanto a la época, aquella en la que el único coche del pueblo lo tenía el alcalde. El protagonista, un chico de corta edad, decide escaparse de casa por unos motivos que poco a poco se irán dejando entrever. Sin embargo, no teme que lo encuentre su familia (al contrario, ellos no le buscan); de lo que tiene auténtico miedo es de verse frente a frente de nuevo con el alguacil. El chico nunca ha salido del pueblo, y más allá de los olivares no sabe lo que va a encontrar, pero igualmente decide emprender la marcha; sin embargo, lo que sí conoce el alguacil es los pocos sitios en 10 kilómetros a la redonda de la inclemente planicie en los que el chico va a poder esconderse. ¿Cómo podrá sobrevivir en una llanura sin agua ni apenas víveres y bajo un sol de justicia?

Si bien la trama no parece demasiado original, sí lo es el desarrollo. La característica más destacable de este libro, que ha recibido críticas y elogios por igual, es el estilo descarnado del autor y un vocabulario riquísimo en torno al mundo rural. La narración además apela totalmente a los sentidos: son tan vívidas las descripciones que el lector puede llegar a sentir el gaznate áspero como un papel de lija y el sol azotando la piel en medio de un entorno natural indiferente. La narración avanza prácticamente a golpe de descripciones; los diálogos son pocos y muy escuetos. Pero que ello no desanime al lector, porque este es un libro construido con maestría y con una voz poco habitual en los escritores jóvenes de hoy (y menos aún, noveles).

Un punto que me ha gustado mucho es que, pese a la violencia que se adivina en muchos pasajes de la novela, apenas hay hechos explícitos: el autor prefiere dejar en manos de la imaginación del lector lo que ocurre en muchos pasajes  y ese me ha parecido un recurso poderosísimo. Él lo explica mucho mejor que yo:

Creo que la evocación o la sugerencia pueden producir un efecto incluso mayor que la explicitación del hecho mismo. La imagen incompleta provoca en el receptor una especie de impulso que tiende a completar lo inacabado. Existe, por tanto, un terreno intermedio entre el texto y el lector en el que este se apropia de lo escrito y, en cierto modo, lo finaliza.

Jesús Carrasco ganó con este libro el galardón del Gremio de Libreros de Madrid al Libro del Año 2013. Es una novela breve pero poderosa, que se desmarca de los planteamientos actuales, y desde luego con ella Carrasco demuestra que tiene oficio pese a tratarse esta de su primera obra. No es un libro que gustará a todo el mundo —la prosa, como digo, es muy particular y la trama no resulta amable—, pero a mí sí que me ha convencido por la capacidad narrativa del autor, su manejo del lenguaje (no me ha parecido impostado en absoluto), por haber sabido mantener la tensión y por haberme tenido sentada al borde de la silla y devorándome las uñas estos últimos dos días.

Y un último apunte: creo que no hay título mejor que este para la novela. Intemperie. Porque así es como se encuentra el protagonista, al aire libre, sin ningún techado ni protección, ni física ni emocional.

Aquí os dejo el link a una entrevista con ABC, muy recomendable y sin spoilers, de la que he extraído la cita de arriba.

Y, ya puestos, os dejo esta otra de El País, en la que Jesús Carrasco se explaya un poco más. Me parece muy sensato todo lo que dice este hombre, la verdad.



27 de abril de 2014

Sant Jordi bloguero: el desenlace

Como comenté en mi anterior entrada, este año me apunté a la iniciativa que Kayena organizó para Sant Jordi y, aunque no he tenido tiempo de publicarlo hasta hoy, llegó puntual para San Jorge y esto es lo que salió del paquete:




Mi bloguera invisible fue Ángela, del blog Anduriña, ¡muchas gracias desde aquí! Además el libro me parece todo un acierto: ya hace tiempo que quería leer algo de esta autora, así que me alegro de que por fin un libro suyo haya caído en mis manos (y de esta manera tan original; me encanta que los libros que acumulo en mis estanterías tengan su pequeña historia detrás). Además he visto por Internet que Solsticio de invierno tiene buenas críticas… Y los regalitos que lo acompañaban no me pueden gustar más: el marcapáginas es una auténtica gozada y la tarjeta me parece preciosísima. En cuanto a la libreta, sé de alguien que me la pedirá en cuanto la vea...

¡Gracias también a Kayena por poner en marcha esta iniciativa!

25 de abril de 2014

Juego de tronos (Canción de Hielo y Fuego / 1)

Tras el largo verano, el invierno se acerca a los Siete Reinos. Lord Eddard Stark, señor de Invernalia, deja sus dominios para unirse a la corte de su amigo el rey Robert Baratheon, llamado el Usurpador, hombre díscolo y otrora guerrero audaz cuyas mayores aficiones son comer, beber y engendrar bastardos. Eddard Stark ocupará el cargo de Mano del Rey e intentará desentrañar una maraña de intrigas que pondrá en peligro su vida y la de todos los suyos.

En un mundo cuyas estaciones pueden durar decenios y en el que retazos de una magia inmemorial y olvidada surgen en los rincones más sombríos y maravillosos, la traición y la lealtad, la compasión y la sed de venganza, el amor y el poder hacen del juego de tronos una poderosa trampa que atrapará en sus fauces a los personajes... y al lector.

A estas alturas, ¿qué puedo yo añadir sobre Juego de tronos? Seguro que quien esté mínimamente interesado en el género de fantasía ya ha oído hablar sobre esta tremendísima novela escrita hace 18 años y, si no, se habrá enterado de su existencia gracias a la serie. Así pues, mi propósito es no explayarme mucho y limitarme a resumir lo que me ha gustado a mí de esta novela:

– George R. R. Martin hace tan fácil la lectura que parece que escribir sea un juego de niños; es un gran contador de historias, por lo que creo que esta novela gustará no solo a los aficionados a la fantasía, sino a quienes simplemente quieran leer una buena historia contada con maestría.

– La tensión no afloja en ningún momento y eso es mucho decir en un libro de 700 páginas en su edición de bolsillo.

– A eso contribuye la forma original en que se desarrolla la narración, pues cada capítulo se narra desde el punto de vista de un personaje y son más bien breves, con lo que es difícil dejar de leer (solo un capítulo más y ya lo dejo...).

– La cantidad de personajes que desfilan por sus páginas es ingente, con lo que uno puede elegir quiénes le caen mejor y quiénes peor (aunque mejor no encariñarse mucho con ninguno de ellos); todos son tremendamente humanos y están muy bien perfilados. Además, no es un libro que encasille a sus personajes en muy buenos o muy malos, como son dados otros libros del género: los personajes son complejos y a menudo están a medio camino entre la bondad y la maldad, y justo ahí radica su encanto. Y los diálogos resultan muy creíbles.

– Destila originalidad y la trama toma giros insospechados, que aunque pueda parecer un cliché es totalmente cierto: imposible adivinar por dónde nos va a salir el autor.

– No puedo opinar acerca de la serie porque no la he visto y de momento no la veré: prefiero imaginarme a los personajes en la cabeza y tirar de imaginación. Cuando termine los libros que hay publicados (preveo que aún faltan meses) creo que sí veré la serie; dicen que es magnífica.




—El pueblo llano, cuando reza, pide lluvia, hijos sanos y un verano que no acabe jamás —replicó ser Jorah—. A ellos no les importa que los grandes señores jueguen a su juego de tronos, mientras los dejen en paz. —Se encogió de hombros—. Pero nunca los dejan en paz.

*****
Actualizo el 12 del julio del 2015 para subir esta foto, que muestra la publicidad de una web de audiolibros donde seleccionaron precisamente esta frase que extraje del libro en su día como la más simbólica. Me pareció curiosa la coincidencia, pero claro, es una frase genial para resumir el libro.


10 de abril de 2014

Sant Jordi bloguero, edición 2014

Os traigo una iniciativa que lleva unos años celebrándose, pero yo no había tenido oportunidad de unirme hasta ahora, así que os la presento:


Todas las instrucciones para participar están en este enlace del blog de Kayena.

Y yo voy a participar con Las lágrimas de San Lorenzo, de Julio Llamazares. Esta es la sinopsis:

Una emocionante historia sobre los paraísos e infiernos perdidos
 —padres e hijos, amantes y amigos, encuentros y despedidas— que recorren toda una vida entre la fugacidad del tiempo y los anclajes de la memoria.

«-Cada estrella que pasa —dijo Otto— es un verano de nuestra vida.
-No —le corrigió Nadia, su novia, sin dejar de mirar al cielo—. Cada estrella que pasa es una vida.»

Un profesor de universidad que ha rodado por Europa como una bola del
 desierto sin echar raíces en ningún lugar regresa a Ibiza, donde pasó sus 
mejores años de joven, para asistir junto con su hijo, del que vive separado hace ya tiempo, a la lluvia de estrellas de la mágica noche de San Lorenzo. La contemplación del cielo, el olor del campo y del mar y el recuerdo de los días pasados desatan en él la 
melancolía, pero también la imaginación.

«—¿La has visto? —me dice Pedro, mirándome.

—Sí —le respondo yo.

Da igual que la viera o no. Al niño le da lo mismo que sea verdad o mentira y, en el fondo, prefiere que le mienta con tal de compartir su emoción conmigo.
 Le he traído hasta aquí arriba para verlas. Lejos de las construcciones que ocupan toda la isla y cuyas luces alumbran la lejanía como si fuera un cielo invertido. Es imposible escapar de ellas por más que uno se aleje de donde están.»

En breve termina el plazo para apuntarse al Sant Jordi bloguero. ¿Os animáis?