24 de abril de 2021

El buen padre (Santiago Díaz)

Hoy os traigo de nuevo una propuesta que me ha llegado a través de la iniciativa #SoyYincanera, que organiza lecturas simultáneas de lo más tentadoras:


Gonzalo Fonseca es detenido y encarcelado por el asesinato a cuchilladas de su esposa; a todas luces él parece el culpable. Sin embargo, Ramón Fonseca está convencido de la inocencia de su hijo y se propone presionar a la policía para que lo suelten: secuestra a quienes contribuyeron a que Gonzalo acabara entre rejas y amenaza con matarlos si la policía no descubre a los verdaderos culpables.

La inspectora Indira Ramos acaba involucrada en el caso, quizá por su fama de policía incorruptible y por su estricta rectitud moral. Que tenga un TOC no es lo más práctico para ejercer la profesión de inspectora: siente aversión por los gérmenes y debe llevar a cabo una serie de rituales antes de realizar cualquier cosa como tomarse un café, algo que iremos descubriendo a lo largo de toda la trama. Además Indira tiene fama de antipática en su departamento y en esta novela veremos que poco a poco se va abriendo a sus compañeros; hasta se anima a darle un mordisquito a un dónut en la sala de reuniones...

Pero la cosa no se queda ahí, pues muchos otros temas se dan cita en este libro: mafias calabresas, prostitución de lujo, yacimientos arqueológicos, ajustes de cuentas, casinos clandestinos donde se apuestan miles de euros, palizas carcelarias... hasta la tuberculosis hace una breve aparición en esta novela a la que no le faltan giros en la trama. Santiago Díaz parece igual de a gusto situando la acción en los bajos fondos de las ciudades que en los despachos de las grandes empresas, y desde luego se nota su profesión de guionista (ha escrito alrededor de 500 guiones para televisión) ya desde la primera escena de la novela, donde al lector no le cuesta nada componer esa imagen en su cabeza:


La novela está dividida en capítulos cortos y va cambiando de escenario, mezclando unas líneas argumentales con otras hasta que las hace converger mágicamente hacia el final. Demasiado mágicamente en ocasiones, porque la trama tira mucho (para mi gusto) de casualidades y sucesos improbables. Por ejemplo, el hecho de que Ramón Fonseca llevara él solo a los secuestrados, a sus ochenta y tantos años, en peso muerto, hasta los lugares en los que luego aparecieron. O que una pared de ladrillo y cemento se seque en unas pocas horas. Y luego la trama da tantas vueltas y se alarga tanto que al final de la novela, por ejemplo, ya no recordaba quién es la mujer de la maleta y por qué se resuelve su trama como lo hace. Y luego los chorros de sangre... la novela está salpicada (je, je) de escenas, una detrás de otra, en las que la sangre sale a chorros y el autor no se corta en dar detalles escabrosos para impresionar al lector; me ha parecido un recurso demasiado efectista.

En resumen, ha sido un libro que me ha tenido entretenida (aunque algo escéptica) mientras ha durado la lectura, pero para mi gusto no ha tenido ese toque especial que hace que te llegue adentro y sus personajes perduren en la memoria. Eso sí, se trata de una novela muy cinematográfica y palomitera, así que si buscáis evasión en una novela llena de giros endiablados que se lee sola, este es vuestro libro. ¡Por cierto! Creo que es la primera novela que leo en la que se hace una referencia velada al Covid en las últimas páginas. Me pregunto cómo envejecerá eso con el tiempo. A mí me ha gustado, pero quizá habría que volver al libro dentro de unos años para valorarlo.



Muchas gracias a la iniciativa Soy Yincanera por traernos esta lectura, así como a Santiago Díaz y a la editorial Reservoir Books por el ejemplar.

Esta reseña participa en la iniciativa:


Apartado: Made in Spain.

La protagonista es una detective (inspectora de policía, en este caso).