6 de febrero de 2024

El celador de Olot (Matías Crowder)

Llevo semanas (¡casi meses!) con mis lecturas totalmente paradas, pero solo porque leo una novela detrás de otra por trabajo. No me puedo quejar, pero es verdad que al final se echa de menos leer los libros con los que una tiene más afinidad. Aprovechando un viaje que hice hace poco, quise llevarme para el avión un libro manejable, que pudiera leer rápido y no me exigiera demasiado, y puedo decir que escogí la lectura perfecta: El celador de Olot, de Matías Crowder. 

Es uno de los libros de Sin Ficción, la colección de la editorial Alrevés que recoge los casos más impactantes en materia de true crime de los últimos años en nuestro país. Como ellos mismos se definen: «Una colección de libros escritos a ritmo de novela, sin nada de ficción, que narran los episodios más oscuros de la crónica negra».



 

Este libro, sin embargo, se desmarca de esa premisa de la colección, «sin nada de ficción», puesto que el autor se adentró en el pensamiento del asesino e incorpora en la narración elementos imaginados por él. Y ha tenido que ser así porque el protagonista de este libro nunca ha querido recibir en la cárcel al «periodisticucho», como él llamaba a Matías Crowder. Sin embargo, Crowder se sumergió en los más de diez mil folios de la causa y, como dice Marta Robles en el prólogo, «casi sabe más de Joan Vila que él mismo». Y con todos esos conocimientos escribió este libro.

Joan Vila, que hoy tiene 58 años, era un hombre taciturno, reservado, con pocas habilidades sociales y un carácter inestable y depresivo, alguien que no parecía encontrar su lugar en el mundo. Vivió una adolescencia solitaria y plagada de inseguridades. Con cuarenta y tantos años seguía viviendo con sus padres y no acababa de encontrar su vocación; en el pasado había probado diversas profesiones, había abierto una peluquería que tuvo que cerrar poco después y había emprendido varios estudios, pero no sentía encajar en ningún ambiente. Finalmente encontró una vocación y un sitio en el que sí encajaba: celador en una residencia de ancianos, el geriátrico de Banyoles, en el 2005. Allí sentía que los ancianos lo necesitaban, agradecían sus cuidados, incluso podía poner en práctica su antigua profesión de peluquero (había llegado a regentar una peluquería), arreglando el cabello y las uñas de muchas de las ancianas. Sin embargo, tras unos meses allí se traslada a la residencia La Caritat, en Olot, y el aparente equilibrio que había logrado se rompe. Vuelve su inestabilidad emocional, y su soledad e introversión lo convierten en una persona peligrosa. Entre el 2009 y el 2010, cada vez más desestabilizado, acaba erigiéndose en ángel de la muerte: matará a 11 personas mediante productos cáusticos, cócteles de barbitúricos e inyecciones de insulina. 

Nadie se dio cuenta de que aquel hombre aparentemente amable, que se preciaba de cuidar a todos los ancianos a su cargo, llevaba meses asesinándolos, hasta que al final sus propias pulsiones, cada vez más descontroladas, acabaron por delatarlo.

Si os interesa conocer la historia del asesino más prolífico en España en el s. XXI, os recomiendo muchísimo este libro, que narra la historia de Vila desde su infancia y trata de desentrañar los motivos que llevaron a cometer unos crímenes tan atroces. Y lo que más me ha gustado es que el autor se detiene a narrar quién era cada víctima, cuál era su historia, qué familia tenía... Es necesario dar nombre a las víctimas y que no sean meros accesorios en un libro sensacionalista, y en ese aspecto también me ha gustado el enfoque del libro.

A Joan Vila no se le detectó ningún trastorno que redujera su condena y cumplirá 40 años entre rejas.


Primer libro que leo de la colección «Sin ficción» y me he llevado una impresión buenísima. Ya tengo el siguiente esperando en la estantería: Hágase tu voluntad, el drama de Patricia Aguilar, captada por una secta cuando aún era menor de edad.

Y, por cierto, si alguien de «Sin ficción» o de Alrevés me lee: por favor, por favor, un libro sobre Maje y Salva, los asesinos de Patraix. Con las cartitas que se intercambiaron y la transcripción de aquellos audios bochornosos...