10 de mayo de 2009

La lluvia amarilla



Hay libros que parece que te llaman, que te buscan, que quieren llegar a ti. Eso me pasó con La lluvia amarilla, de Julio Llamazares. Llevaba un tiempo sin encontrar nada interesante para leer. Salvo Sanguinarius, todo lo demás habían sido lecturas monótonas; incluso había empezado a releer buenos libros de antaño. Sin embargo, sabía que más pronto que tarde caería en mis manos un libro que valiera la pena. Así, por dos caminos muy diferentes y en muy poco tiempo me llegaron buenas reseñas del libro de Llamazares: los últimos días de un hombre que se ha quedado solo, como último habitante, en un pueblecito del Pirineo oscense.

Teniendo en cuenta que buena parte de mi infancia y años mozos los he pasado en un pueblecito minúsculo de Huesca, sentía que tenía que leer este libro. Así pues, lo encontré, me lo traje a casa y el viernes, aprovechando que había pillado un tremendo resfriado y por tanto apenas tenía ganas de hacer nada, me enfrasqué en su lectura.

Al final del primer capítulo ya tenía los ojos arrasados. Llamazares domina la escritura como pocos y se siente particularmente cómodo en las descripciones: en tres párrafos ya crees estar en pleno Pirineo, rodeado de bosques, lluvia y soledad, compartiendo los recuerdos de Andrés de Casa Sosa, que con los años ha visto cómo todos los habitantes de su pueblo se han ido marchando, incluidos su hijo y después su mujer.

Este libro es absolutamente impresionante. No es muy largo, pero la lectura es densa y te sumerge por completo en el universo del protagonista. Por supuesto, lo recomiendo encarecidamente. A mí solo me queda incluirlo en mi lista de libros que hay que releer, pero en la próxima ocasión lo haré junto al fuego de nuestra casa, en el pueblecito oscense en el que crecí. Qué mejor marco.

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