De este libro me llamó la atención esa potente portada de Raúl Ruiz y un par de reseñas entusiastas que leí (muy por encima, para no fastidiarme nada de la trama) por Internet. Aprovechando que fue mi cumpleaños hace unas semanas, me lo pedí y el día que abrí el papel de regalo fue la primera vez que lo tuve en mis manos. Digo más: era la primera vez que abría un libro de Dilatando Mentes Editorial.
La primera impresión fue excelente. El libro tiene el tamaño perfecto, una cubierta rústica con solapas que da gusto tocar y una ilustración potentísima. La elección de la tipografía y la composición del título no podrían haber sido más acertadas.
Lo abres y siguen desplegándose maravillas ante tus ojos, pues los interiores presentan un diseño original, con ilustraciones y fotos de casas perdidas en lo más profundo de un bosque neblinoso. Incluso los números de página vienen acompañados de la ilustración de un arbolito solitario. Para más inri, la editorial ha creado una lista de reproducción en YouTube con varias canciones para escuchar durante la lectura del libro. Yo lo hice así y creedme, la idea es buenísima y la selección de las canciones me pareció espectacular: de un plumazo te ves sumergido en una atmósfera inquietante ideal para la lectura.
Y con una presentación tan acertada, uno se sumerge en la lectura. El libro empieza narrando los bucólicos veranos que Lis y Greg pasaron de pequeños en casa de sus abuelos, una granja situada en un paraje apartado y rodeada de un precioso jardín de dientes de león, un plácido manto amarillo que se mece al compás del viento. Después la acción dará un salto de varios años y nos presenta a Lis, que acude de nuevo a la granja después de una larga ausencia para llevarse algunas pertenencias y cerrar la casa tras la muerte de su abuela. Y es ahí donde empiezan a pasar cosas raras. Como ya se intuye por el título y la cubierta, en esa casa hay un morador que impone su presencia inquietante a todo aquel que entra en la vivienda.
A partir de ahí Daria Pietrzak (quien, por cierto, nació en Polonia pero vino a España de pequeña y ha escrito el libro en español) crea una historia con muchas capas, casi a modo de muñecas rusas, con diversas tramas y líneas temporales. No es esta una novela estrictamente de sustos, con presencias paranormales que te asaltan por los pasillos; son más bien sombras que te ponen los pelos de punta, susurros que parecen transportarte a otros mundos o mujeres que hacen pactos con extrañas presencias. Conoceremos a la Yaga, un personaje de la mitología eslava que cobra vida en este libro. También hay una cierta dosis de gore y la sangre corre a litros.
Las ideas con las que Daria Pietrzak construye su novela me han parecido muy originales; no la he visto una historia manida para nada y ese es un gran punto a su favor. Y, sin embargo, me ha faltado algo para acabar de conectar con la novela. Me da la impresión de que Pietrzak puede llegar a ser una gran escritora, pero que en este libro todavía está encontrando y puliendo su estilo. Alguna vez he comentado por aquí que hay libros que te capturan desde la primera página; por algún motivo conectas con el estilo del autor, te sientes cómodo entre sus páginas y te sumerges enseguida en la trama. Bueno, pues a mí con este libro no me ha pasado. También creo que una corrección ortotipográfica le vendría bien; sobre todo hacia el final faltan más tildes de lo que sería deseable, hay un sangrante «hecha de menos» y ya en la tercera línea de la novela falta una coma de vocativo. A mí esas cosas me sacan abruptamente de la ficción, no lo puedo evitar...
De todas formas, en mi balance me quedo más con lo positivo de esta novela. Además el final consiguió sorprenderme, y mira que es difícil en este género en el que parece que ya está todo dicho. Y cuando ya estaba con la boca abierta, vi una inesperada foto familiar que se incluye al final y, no sé, se me rompió el corazón. Es como si la autora de repente te dijera: «¿Y si todo lo que acabas de leer fuera verdad?». Que no lo creo, claro, pero el golpe de efecto es muy bueno y caló en mí... ¿Qué más decir? Le seguiremos la pista a Daria Pietrzak.
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